miércoles, 26 de mayo de 2010

PARÉNTESIS VII


“Vuelven de nuevo los recuerdos,
las horas jóvenes que di
y desde el mar llega un fantasma
hecho de cosas que amé y perdí.”
(23)


El último evento organizado por el Club de Amigos fue en noviembre de 1993, después de la crisis cardíaca que Lolita había padecido en el mes de junio y cuando no imaginábamos, ni por aproximación, lo que iba a pasar poco después. Consistió en una cena-show en las instalaciones del Rotary Club de Villa del Parque, con el objetivo de recaudar fondos para dos escuelas que apadrinábamos, una de Chaco y otra de Río Negro, para la que contábamos con la actuación de varios artistas, además de la misma Lolita, que cantó acompañada por los músicos Carlos Marzán y Antonio Agri, quienes también colaboraron desinteresadamente con nuestra causa. Todo un lujo que por entonces nos permitíamos. En aquella oportunidad, y desde el escenario, mi admirada artista me dedicó unas cariñosas palabras que me tomaron por sorpresa y me conmovieron hondamente. Lolita tenía esas cosas…
Unos días después, nos reunimos en casa de Giovanna, la tana, como cariñosamente le decimos, con motivo de las fiestas navideñas. Y aunque a Lolita no se la veía igual que otras veces, nadie podía adivinar que sería ésta la última reunión en la que contaríamos con su presencia. Su enfermedad bajó un telón que, con rudeza, nos puso al otro lado de su historia. Durante los primeros años de su dolencia, aunque profundamente preocupados por su salud, tratábamos de mantener la misma energía o similar para desarrollar las tareas de beneficencia con las que estábamos comprometidos. Hasta que luego, inevitablemente, las cosas comenzaron a cambiar. En mi caso, me aparté del Club, casi definitivamente, a finales de los noventa. Razones ligadas a íntimas convicciones y largas reflexiones me condujeron lentamente a tomar esa decisión. Pero haber integrado el “CALT” (así lo llamábamos) fue y es cuestión de orgullo para mí ya que, a su cobijo, he vivido momentos realmente inolvidables y de sus filas proceden algunos de los grandes amigos con los que, hasta hoy, compartimos recuerdos, códigos y el auténtico sentimiento de la amistad.

A poco de comenzar 1994, ya todos sabíamos que la salud de Lolita era delicada, y que los corticoides que calmaban sus dolores, por otro lado la perjudicaban, produciéndole una hinchazón generalizada y un aumento de peso incontrolable, que desembocaría además en un importante estado de angustia. Lolita estaba cada vez peor y, lo más terrible era la sospecha primero, la certeza después, de que no habría mejoría para ella. Para entonces, ya conocíamos el nombre de su enfermedad pero nunca imaginamos que podía ser tan cruel.
Lolita permanecía encerrada en su casa. Sin embargo, en el mes de julio, aceptó asistir a un homenaje que le preparó la gente del Rotary Club de Villa Real, en un restaurante de la Avenida Beiró, llamado “El Viejo Vasco”. Y nosotros, su Club de Amigos, también fuimos invitados.
Verla, me shockeó. Comprendí, y comprendimos todos, que la situación era mucho más grave de lo pensado. Lolita estaba mal. Su cara no era la misma. Ni sus manos. No respiraba normalmente, sino que daba la sensación de que no le alcanzaba el aire. Su voz, estaba un poquito cambiada.
El acto fue muy lindo y ella tuvo cálidas palabras de agradecimiento, además de sincerarse acerca de su estado de salud. Recuerdo también que aquella noche comunicó que para el mes de noviembre estaría actuando en el Teatro Avenida, donde debutó. Pero la verdad era que, viéndola, y sabiendo lo complejo del tratamiento al que estaba sometida, no era fácil creer que pudiera cumplir aquel anuncio y, efectivamente, su deseo no llegó a hacerse realidad.
Por esos tiempos, Lolita cambió su número de teléfono y fueron muy pocas las personas que tuvieron acceso a él. No quería hablar con nadie sino sólo apartarse, que nadie pregunte, que nadie obligue a responder. Aquel hecho me produjo una sensación horrenda. Claro que lo que yo más quería era que mejorase y, en lo posible, que sanara completamente. Y hasta podía entender su actitud. Sin embargo, saber que “nunca más” podría llamarla por teléfono me produjo la misma angustia que producen los adioses definitivos. Lolita entraba en un ostracismo impenetrable del que sólo saldría en contadas excepciones.
Recuerdo que a comienzos de 1995 hicimos la reunión mensual del Club, tal como siempre, en la oficina de Lole y, al promediar la misma, sin que nos diéramos cuenta, Caccia llamó a Lolita por teléfono, puso el altavoz y la voz de Lolita emergió saludándonos a todos. Primero habló uno, luego otro, y otro más. Me hizo mucho daño escucharla. Sentí que en cualquier momento me echaba a llorar porque su voz, muestra cabal de lo afectada que se encontraba, ya no tenía nada que ver con “aquella voz” que yo conocía. Oírla me produjo una gran emoción. Era una voz como congestionada, nasal, apagada… Yo no quería hablar, estaba quebrada, sentía que no podía hacerlo. Lole me decía: “Sos tonta ¿por qué no querés hablarle? Dale, saludala”, “No puedo Lole, no puedo”. Estaba embarazada de mi segundo hijo y supongo que esa circunstancia acrecentaba mi sensibilidad. Sin embargo, cuando María Ofelia tomó el teléfono, luego de conversarle un ratito sobre cosas del Club, le dijo: “Y aquí está Nora, con su panza, que se nos ha emocionado un poco y no quiere hablar”, “Ah… -dijo Lolita inmediatamente- pasame con ella que quiero que me cuente sobre su panza. “ Y entonces, ante su pedido, saqué fuerzas de no sé donde, y comencé a hablarle con la mayor naturalidad posible. Me preguntaba sobre mi embarazo, sobre los nombres elegidos y hasta me daba consejos. Fue un momento duro que, en contrapartida, me aportó la gratificación enorme de conversar un rato con Lolita. Al final, todos estábamos contentos por ese inesperado reencuentro, aunque sólo hubiera sido a través del teléfono.
Unos pocos meses después, Lolita fue distinguida con el Premio Podestá, y justo para esos días estaba próximo a nacer mi hijo, por lo que con motivo de prevenir una probable situación de riesgo debí guardar reposo durante las últimas semanas de gestación. Fue la poderosa razón que me imposibilitó asistir a la ceremonia en la cual, mi queridísima Lolita, recibiría el premio. En compensación, el hecho de estar en mi casa me permitió ver y grabar el acto en directo por televisión, y luego en diferido por distintos canales, sumándole a ello los comentarios, análisis y reportajes efectuados a Lolita, para los diferentes programas del espectáculo a lo largo del día. Casi sin proponérmelo, hice en video un compilado fantástico de aquel suceso. Al día siguiente llamé a Lole para preguntar por Lolita y le comenté sobre el video. “¿Me hacés una copia? Nosotros fuimos todos al acto y no lo pudimos grabar.” Claro que sí, ni dudarlo. Hice la copia que Lole me pidió y Marcos se la llevó a su oficina. Dos días más tarde sonaba el teléfono de mi casa.
-Hola, piba. Soy Lole. Quiero agradecerte el video.
-Ah…no, no me agradezca nada. ¿Le gustó a Lolita?
-Sí, claro que le gustó. Y ahora mismo te va a hablar
–y comenzó a reír.
Lole sabía que yo me pondría muy feliz, por eso quiso anunciármelo él.
-Hola, Norita ¿Cómo estás?
Esa voz, tan querida…tantas veces escuchada…. Mi adorada Lolita estaba ahí, al otro lado del teléfono, dedicándome un poquito de su tiempo.
-Quiero agradecerte especialmente este video ¿Sabés? Ha sido un hecho muy emotivo recibir este premio. Y esa emoción que viví, se puede percibir perfectamente en este compilado que armaste. Así que quiero agradecértelo mucho.
La que ahora estaba presa de la emoción era yo. Era un momento tan especial para ambas… Ella, por su enfermedad. Yo, a punto de dar a luz.
-¿Así que te internan el 19 y te harán cesárea? –me preguntó.
¿Qué? ¿Encima estaba enterada de mis cuestiones personales?, me dije en silencio. Me sentí contenta y orgullosa de que se interesara por mí a pesar del difícil momento que atravesaba. Nos trenzamos en una larga charla sobre embarazos y partos, recién nacidos y hermanos, y me contó que cada vez que tuvo un hijo, ella y Lole acostumbraban a hacerle regalitos a los otros niños en nombre del recién nacido, para evitar los celos de los mayorcitos. La idea me pareció buena y se lo comenté a Marcos. El 19 de mayo nació Damián Rodrigo y su hermano recibió de su parte los botines de fútbol que quería.
Pasarían tres meses antes de que Lolita me llamara por teléfono para preguntarme por “mi baby”, como ella decía. Yo había esperado mucho ese llamado y, aunque tardío, por fin llegó para iluminarme el día.
Pedacitos prestados, pedacitos ganados.

El siguiente llamado de Lolita fue para Navidad y esta vez, por inesperado, me hizo saltar el corazón del pecho. Ella se dio cuenta, claro, y reía divertida con mis ocurrencias. A esta altura de los acontecimientos, recibir un llamado de Lolita era motivo de júbilo y distinción debido a que no llamaba a casi nadie del Club, por lo que se me consideraba una verdadera privilegiada. Yo estaba contenta por esas “apariciones” espontáneas de Lolita. Sentía que me quería y eso me hacía inmensamente feliz.



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