miércoles, 26 de mayo de 2010

CAPÍTULO XVI


“Porque la Lola
a abrir los labios no ha vuelto,
no vuelve más a cantar.”
(24)


Lole Caccia habla de lo positivo y lo negativo, del más y del menos, y resume en algunos recuerdos del ayer, mucho de la personalidad de quien fue su mujer: “Lolita era macanuda y nos llevábamos muy bien. Supimos ser además de marido y mujer, muy buenos amigos. Tuvimos nuestras broncas y también nuestros reencuentros como todos los matrimonios. En ella no había cosas malas, nos entendíamos bien. Era celosa, pero no lo demostraba. Eso sí, tenía un carácter fuerte. En realidad, los dos lo teníamos. Así que a veces nos peleábamos pero después alguno de los dos aflojaba y se daba por terminado el asunto. Nunca discutimos delante de los chicos. Jamás. La idea era: ‘te espero en la cocina o en la habitación'. (Se ríe) Y ahí arreglábamos nuestras diferencias. Ella no gritaba. Jamás lo hizo porque no lo necesitaba. Despacito y con buenos modos te decía lo que pensaba. Después nos amigábamos, aflojaba cualquiera de los dos. No había problema en eso porque no éramos rencorosos. Quizás, si tuviera que señalar un defecto de Lolita, es que no le gustaba salir. Era muy difícil sacarla de casa. Ese podría ser un rasgo negativo de su personalidad: ser demasiado casera. Había lugares de nuestro país que no los conocía. Lolita no lloraba casi nunca, era una mujer muy dura, muy de controlarse. Cuando murió su padre, ella estaba cantando en el teatro. Cuando terminó le mandé una médico al camarín para decírselo, por las dudas, porque el padre era su niño mimado. Dibujaba y pintaba muy bien, había hecho un Cristo espectacular. Era un hobby al que dedicaba muy poco tiempo. Guardaba las cartas que le escribían. En casa había un montón de cartas, fotografías y cosas que le regalaban. Cuando armaba un show nos pedía opinión a la familia. Yo opinaba, sí, pero sin meterme en sus cosas. Ni ella jamás se metió en las mías. Sólo opiniones. Lolita fue una gran madre, una gran mujer. Y la mejor cantante del mundo ¡Lejos! A veces escucho a otras y me digo ¡cuánto le falta a esta! Es que yo la tengo a ella en el oído y entonces no me cabe nada…Los chicos me dicen: ‘vos porque tenés a mamá’. Y yo les digo ‘bueno, traeme a otra que cante parecido y después hablamos.’ Y menos que cante todo lo que ella cantaba, tan distinto todo, y como sólo ella lo hacía. Me gustaba mucho como cantaba ‘A mi manera’ y ‘Si tu eres mi hombre y yo tu mujer’, pero había muchas canciones que me gustaban. Lolita era muy reacia a los médicos y, cuando se enfermó, lamentablemente no hizo caso… a lo mejor si hubiera hecho lo que le indicaron todo hubiera sido distinto. En una oportunidad, en los primeros tiempos de la enfermedad que tuvo, la llevé a un instituto donde le hicieron una resonancia magnética de todo el cuerpo y le dijeron ‘usted tiene que hacer esto, esto y esto, porque si no le va a pasar esto, esto y esto’. Y eso fue lo que le pasó. En su momento ella no les dio pelota, supongo que pensaba que no le iba a pasar o que la enfermedad no sería tan así. Pensaba que era de acero. De haber tomado en serio aquellas advertencias, seguramente el proceso hubiera sido el mismo, pero menos intenso. Hubiera tenido mejor calidad de vida y no hubiera soportado los brutos dolores que soportó. No se podía ni tocarla. Lolita no era de hablar de su propia muerte. A veces hablaba de su niñez, de la muerte de su madre, algo que la golpeó mucho en su momento porque era muy chica”.

En Abril de 1998, junto a otras personalidades, Lolita fue declarada “Vecina Ilustre de Avellaneda”, su ciudad natal, en un acto llevado a cabo en el Teatro Roma, el mismo lugar donde cantó siendo muy niña y donde, tantas veces, ya como una artista consagrada, había ofrecido sus recitales. Por eso, y aunque debió hacer un gran esfuerzo, estuvo presente para recibir la distinción. Fue de las últimas apariciones públicas que realizó. Ya no se la volvería a ver y el avance implacable de la enfermedad la condenaría a las sombras y al silencio. La dignidad sería hasta el último momento uno de sus rasgos más sobresalientes.

Lolita había preconcebido desde niña un proyecto de matrimonio para toda la vida, sin embargo este designio no pudo cumplirse: en el último tramo de los años noventa se produjo su separación de Lole Caccia y, tal vez, la gravedad de su enfermedad hizo que el periodismo en general apenas diera cuenta del episodio y, en todo caso, eligieran sabiamente el respeto y el silencio.

En 1999, toda la familia toma una importante determinación. La casa de la Avenida Santa Fe era ahora excesivamente grande y acunaba demasiados recuerdos, por lo que deciden que Lolita la deje y se traslade a vivir a un semipiso, propiedad de Diego, ubicado en la Avenida Las Heras y República Árabe Siria, lugar donde transcurrirían los últimos años de su vida.

En esos años difíciles, una de las personas que más la acompañó, y a quien Lolita amaba entrañablemente, fue la tía Aurora. Invitada a compartir sus recuerdos, Aurora Stábile no puede dejar de emocionarse al exhumarlos de su memoria. Conoce palmo a palmo el proceso que siguió su sobrina en su afección, pero también todo aquello que ésta pensaba, sentía y resignaba. Por ello, su palabra resulta especialmente válida a la hora de definir la actitud con la que Lolita hizo frente a su destino: “Ella nunca preguntó sobre su enfermedad. Solamente la aceptó. Al principio se resistía a tratarse porque, yo creo, que jamás pensó que podía ser algo tan grave y doloroso. Cuando murió mi marido, Héctor Torres, el hermano de Pedro, ella me apuntaló mucho. Fue mi gran sostén. Nunca me faltó la llamada diaria de Lolita, y si yo no estaba cuando llamaba me dejaba un mensaje en el contestador ‘tía, esta tarde te espero en casa’. Me contuvo muchísimo, a pesar de que bastante tenía con lo de ella. Los tengo en mi corazón a los dos. A él, porque tuvimos un amor tipo Romeo y Julieta y porque fue mi compañero de toda la vida. A ella, porque me brindó mucho también, un amor inmenso. La extraño…la extrañó muchísimo. Sobre todo ese llamado diario que me hacía. Cuando uno tiene una pérdida tan profunda como fue la de mi marido, y tiene a una persona que, como ella, se ocupó de acompañarme y apuntalarme, no puede dejar de valorar ese gesto tan importante. Lolita tenía esas cosas…No se sentaba a la mesa si primero no me sentaba yo. La verdad es que las dos disfrutábamos mucho de nuestra mutua compañía. Hemos sido por encima de todo amigas. Yo también fui importante para ella. Hubo oportunidades en las que mi compañía le hacía mucho bien. Una vez, en el sanatorio le iban a hacer un estudio porque le daban convulsiones. La habían medicado. Tenían una médica amiga, prima de Santiago, que estaba presente. Entonces me llamaron por teléfono y fui enseguida para allá. Me acerqué a ella y le dije ‘Pero geisha, ¿qué te pasa?’ y cuando me escuchó se aquietó un poco. Yo le decía ‘geisha’ siempre, o geishiña, porque cuando era joven era muy japonizada. Estábamos muy comunicadas, especialmente en lo espiritual, que es lo más difícil. Lolita era dueña de una gran fortaleza y no quería que sus hijos la vieran sufrir. A veces cuando atravesaba un episodio de intenso dolor, me decía por ejemplo ‘tía, ahí viene Mariana, no le vayas a decir nada por favor’. Hasta donde pudo, siempre les ocultó su sufrimiento. Después, claro, llegó un límite en que ya no pudo fingir más. Siempre estaba con una sonrisa. Se divertía mucho con Marcelo, que tiene voz de tenor y le cantaba. Se reía a pesar de los dolores. Todos le cantaban y tarareaban porque querían que se distrajera. Y yo también entraba a tararear para ponerla contenta. Lolita nunca se quejaba, jamás decía ‘¿Por qué me tocó esto a mí?’, ella decía “¿Qué voy a hacer? Esto me tocó a mi”. Siempre aceptó su destino. Estuvo muy mal. En un tiempo no se movía mucho y no se podía ni tocarla. Estaba muy hinchada por los corticoides. Desconocida. En el último tramo no podía ni comer sola, entonces le fabricaron unos cubiertos especiales, con un cilindro de madera bien ancho, para que su mano hinchada, doblada, pudiera asirlos y le fuera posible comer por sí misma. Martica, la persona que la cuidaba, fue una maravilla, tenía todo controlado y lo hacía con mucho amor. Ojalá me atiendan a mí, cuando haga falta, como Martica la atendió a ella. Yo también la cuidé. Angélica siempre me dice ‘mamá no te quería: te amaba’. La acompañé mucho en su dolor. Ya no quiero recordar…”
Aurora, vuelve la mirada hacia atrás y busca momentos más felices de los que hablar, recupera a una Lolita pequeña y traviesa, o madura y alegre, cálida y compañera. Entonces, continúa rescatando trazos sobre la personalidad de su sobrina: “La verdad es que en la escuela no era buena alumna y ella misma lo reconocía siempre. Además, cuando era chiquita, hacía renegar mucho porque no quería comer, entonces tomaba una fruta y se escondía debajo de la mesa para comerla, sólo por hacer sufrir un poco a su tía. La familia paterna tuvo mucha participación en su niñez y por eso la querían mucho. Cuando el padre, que era telegrafista, tenía que irse a un pueblito y quería llevar a la esposa y a la hija con él, ella se metía en la cama fingiendo sentirse mal para quedarse y no tener que ir al pueblito porque no le gustaba nada. Lo que más le gustaba hacer era dibujar, lo hacía muy bien. Hizo las tarjetas de comunión de Mariana. Es que toda la familia fue así, con inclinaciones artísticas. Mi esposo también pintaba y escribía unos poemas hermosos que aún conservo. Lolita era una persona muy especial. Muy íntegra. Siempre hablábamos de la importancia de imponer el amor y no el carácter. A veces hay que olvidarse del carácter y poner los sentimientos. Porque el amor tiene su orgullo, tiene su envidia, todos tenemos un poquito de todo eso. Hay que desarrollar la inteligencia para el bien, no para el mal.
Junto a Lolita y a toda la familia hemos vivido momentos maravillosos. Las reuniones familiares eran hermosas, siempre con mucha gente, los chicos traían a sus amigos, se cantaba, nos divertíamos. Santiago siempre traía a sus novias y, a veces, yo me las confundía, entonces Lolita por lo bajo me decía ‘No, tía, ésta no es la misma’. Fue muy madre. A veces no es sólo estar, sino tener comunicación con los hijos. Ella la tenía. Era una mujer muy romántica. Recuerdo particularmente cuando al terminar un ensayo con Antonio Agri, aunque ensayaban poco porque enseguida se entendían, él nos dijo ‘Siéntense ahí las dos que voy a tocar algo para ustedes’. Y nos regaló las Czardas de Monti. Aquello fue un ensueño, un momento mágico, en el living de la casa de Lolita. Ella disfrutaba intensamente esas cosas. Le gustaban las plantas, los animales. Tenía una perra a la que adoraba. Cuando preparó lo del Luna Park, tuve oportunidad de escucharla ensayar con casi todos. Me acuerdo que todos le decían ‘Empiece usted Lolita, que yo la sigo’. Y ella a todos les decía ‘No, cantá como vos quieras que yo te sigo a vos’. Me acuerdo de Patricia Sosa que le decía ‘Comience usted, señora’. Y ella, con su humildad de siempre, ‘No, no, querida, cantá vos, yo te sigo’. Era impresionante. Lolita cantando era gigante. Siempre ensayaba en su casa y con dos o tres veces que lo hacía le resultaba suficiente. En aquel final de su enfermedad, tuvo una despedida conmigo que la guardo en mi corazón. No me creo lo que ella me dijo, pero me lo dijo. No quiero repetirlo porque era un momento muy cruel. Iba a la sala de operaciones, en una circunstancia muy dura, y en esos casos, uno puede decir esas cosas. Algo que dijo hacia mí, pero yo nunca me creo lo que me dicen, me tomo esas cosas como un cumplido. Pero ya sé que ella no lo dijo así. Era muy sincera con todos y más aún conmigo. Pero me lo guardo para mí. En mi corazón”. (Febrero 2005)

En los años 2000 y 2001, Lolita debió ser internada en el Sanatorio Colegiales, por diferentes manifestaciones de su enfermedad, siendo la última de ellas de extrema gravedad, al punto de que llegó a esperarse cualquier fatal desenlace. Sin embargo, resistió una vez más. Santiago relata una circunstancia muy particular vivida en una de esas oportunidades: “Mamá tuvo dos o tres internaciones muy complicadas. En una de ellas, hizo un paro cardiorrespiratorio. Primero el riñón, con una severa insuficiencia renal y luego una insuficiencia respiratoria. Las complicaciones se daban una tras otra. Bajó de la sala Marcelo Ceberio, el psicólogo, con el médico de terapia intensiva, y nos dijo ‘Bueno chicos, suban, despídanse de su mamá porque no va más. En cualquier momento hará un paro cardiorrespiratorio’. El psicólogo, que va más a la mente y al espíritu que a lo somático o a lo que indica el electro, nos dijo: ‘Lo que yo noto es que tu mamá no se quiere ir, no quiere dejarlos. Entonces, lo que les pido es que suban, ella no los va a oír -porque mamá estaba en coma- pero ustedes igual díganle ‘mamá, despreocupate, no sufras más, nosotros estamos bien y te vamos a amar toda la vida, andá tranquila’. Y eso es lo que hicimos. Subimos todos, y cada uno por separado le dijo más o menos lo mismo. Yo fui el último. Al bajar, veo en la cafetería del sanatorio a mis cuatro hermanos y a Marcelo Ceberio, en una mesa. Pero a mi, había algo que no me cerraba. Me reúno con ellos, mis hermanos estaban llorando, y Ceberio me pregunta ‘¿Hablaste con tu mamá?’. Le digo que sí pero que mamá no se va a morir. ‘¿Cómo que no se va a morir si te estamos diciendo que está muy grave?’, se asombraron. ‘No sé, no se no les puedo explicar, tengo una sensación de que mamá no se va a morir’. A las tres horas subimos, y mamá, que estaba perfecta, nos recibió con un ‘Hola chicos ¿cómo les va?’. Y aguantó dos años más. Después de esa experiencia en la que estuvo al borde de la muerte habló de su mamá, de su papá y dijo que los había visto. En aquella ocasión, yo estuve un poco enojado con ella. Habían sido muy fuertes de asimilar todas esas circunstancias, entonces una vez le dije: ‘Mamá, yo no aguanto más esta enfermedad tuya. Te pido que la próxima vez que pase algo así, te mueras, porque sino me voy a morir yo o se va a morir alguno de los chicos. Vos sos una roca pero nosotros no. Nosotros somos simples seres humanos ¿entendés? A nosotros nos informan que vos te vas a morir, nos muestran todo, y yo que soy médico veo los valores de tus estudios y digo sí, se muere mañana mismo. Y sin embargo vos aquí estás y estás regia.’ Porque a las dos semanas ya estaba en casa, comiendo en la cama, todo normal, es decir, normal entre comillas porque ya nada era normal en su vida. Entonces sentí un poco de bronca porque yo estaba realmente mal. Vivía muy cerquita de su casa. En invierno salía al balcón, miraba su edificio, y no quería ir porque salía hecho mierda. Entonces no iba. Pero cuando no iba, me hacia mierda porque no iba. Ya no podía vivir más con esa historia. Estaba destruido. Entonces mamá una vez me aclaró: ‘Yo me voy a ir, pero todavía tengo cosas que hacer acá’. Y en esos dos años previos a su fallecimiento habló, y habló, con cada uno de nosotros, dijo infinidad de cosas. Necesitaba hacerlo. Era algo pendiente para ella. Nosotros estábamos arruinados, no existíamos. Tuvimos que hacer terapia. Si no, no salíamos”.
Angélica agrega: “Lo de la enfermedad de mamá fue como una bomba para nosotros. Detonó cuando tuvo una angina de pecho, mientras hacíamos ‘Dale Loly’. Aquello fue una eclosión, se declaró esa enfermedad y fue dinamita pura para toda la familia. Al principio, yo estaba muy enojada. Enojada con lo que se presentaba en su existencia, enojada con Dios, porque hasta ahí todo había estado bien. Son esas cosas que pasan inesperadamente. Y claro que toda esa situación, esa tremenda tensión, produjo problemas entre nosotros, los hermanos. Cada uno hizo lo que pudo. Ni siquiera digo que hicimos lo que quisimos, sino apenas lo que pudimos. Cada uno se lo bancó como pudo. Y tuvimos momentos de más, y momentos de menos. Momentos de mucha angustia, mucha tensión, que apenas podíamos soportar. Cada uno lo sobrellevó como pudo, porque mamá era el alma máter, la columna vertebral de nuestra familia, y cuando esa columna se quiebra todo lo demás se desequilibra”.
Marcelo aporta una muestra contundente del espíritu de resistencia de Lolita: “Su cuerpo se marchitó, pero a la hora de hablarnos, mamá estaba entera. En los momentos de más dolor no decía ‘Ay, me quiero morir’. Ella decía ‘Quiero tener quince años’. O, por ejemplo, ‘¿No te enteraste si hay trasplante de cuerpo? A lo mejor, con todas estas cosas de la medicina, hay trasplante de cuerpo’. Ella estaba entera. Mamá se agravó en el ‘98, ahí fue cuando su enfermedad se acentuó profundamente. Sin embargo, continuaba sosteniéndonos a todos, y no lo hacía por sanata, lo hacía porque esa era su condición”.
Diego ratifica: “En los últimos años se sintió cansada y, seguramente, eso hizo que se entregara en cuanto a su cuerpo se refiere, porque esa enfermedad es una porquería y va avanzando y cobrando espacio, sobre todo cuando el paciente se cae anímicamente. Hubo cosas que mamá fue posponiendo y otras que no se le dieron como esperaba, ahí fue cuando se desanimó un poco, cuando cayó, a pesar de que siempre su mayor virtud fue la de ser un gran ser humano. No es que la ponga en un altar porque sé que fue sólo una persona, pero una gran persona. Por un lado, era buena paciente y hacía caso. Por el otro… En la última etapa estaba muy cansada. Cuando el deterioro avanza sobre nuestro físico se nos quitan las ganas de cumplir indicaciones. Aun así, cuando llegábamos nosotros siempre tenía una sonrisa para darnos. Siempre dando ánimo, transmitiendo calma, paciencia. Su organismo se deterioró pero su cabeza estaba lúcida y su mensaje siempre era el mismo: el de la unidad familiar. Esa es la enseñanza que nos dejó. Y también transmitió el espíritu de lucha. Por un lado, la paciencia necesaria para enfrentar las cosas cuando no son o no se dan y, por el otro, la perseverancia, la garra, la fuerza para ir en su búsqueda cuando uno las quiere”.

Su cuerpo había adquirido una involuntaria gimnasia para resistir las embestidas de la enfermedad. Su temple, una amarga y resignada destreza para soportar el dolor, y no sólo los del físico sino también los del alma. Si aún en el tramo más difícil de su vida alguien le quitó el hombro en que se apoyaba o no le fueron ahorradas algunas decepciones, esta dama no tomó venganza ni utilizó las probables heridas en su propio beneficio. Simplemente, fortaleció la fe que siempre la acompañó y la convirtió en su apoyo permanente. En esos últimos años, más que nunca aún, mantuvo la coherencia entre la palabra y la conducta, sus invariables códigos, encaramada en sus más elevados ideales. Su frase de siempre, una vez más, era su estandarte: “Por ellos, todo”. Y cuando decía 'todo', se refería a ‘todo’ de verdad.

El 20 de agosto de 2002 fue declarada “Ciudadana Ilustre de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires”, en un acto llevado a cabo en el Salón Dorado de la Legislatura porteña. Tras una iniciativa presentada por la autora de este libro, el diputado Guillermo Oliveri, se interesó por el asunto y elevó un proyecto de ley que fue aceptado con bastante celeridad. Sin embargo, para entonces, Lolita se agravó considerablemente y no pudo asistir al acto de nombramiento. La distinción fue recogida por su esposo, Julio Caccia y sus hijos Santiago, Marcelo y Angélica. Muchos de sus amigos y compañeros de trabajo dieron el presente, entre ellos: Osvaldo Miranda, quien ocupó la mesa principal y fue uno de los oradores, Jorge Barreiro, Jorge Luz, Eduardo Bergara Leumann, Carmen Barbieri, Santiago Bal, Mercedes y Victoria Carreras, Augusto Orsini, Horace Lannes, Nelly Meden, Elena Lucena, Duilio Marzio, y otros más. Todos firmaron un libro que le sería entregado a la reconocida artista, junto al diploma y medalla que la acreditaban como Ciudadana Ilustre. Como apertura del acto, se proyectó un video que reflejó su vida y trayectoria artística. Osvaldo Miranda, en su condición de presidente de la Asociación Argentina de Actores, fue el primero en tomar la palabra. Continuó Marcelo, el hijo de Lolita, quien dijo entre otras cosas: “Mi madre es un ser de luz. Aunque tuvo oportunidad de radicarse en el extranjero, siempre eligió quedarse en esta ciudad”. Para cerrar, el diputado Oliveri señaló: “Ejemplos como los de Lolita tendría que tener más la sociedad. Cuando esos ejemplos se multipliquen y tengamos desde mejores médicos a mejores políticos, recién entonces los argentinos empezaremos a transitar un camino diferente.” Muchos centros españoles hicieron llegar cartas de adhesión a este justo nombramiento, entre ellos el Centro Navarro de Buenos Aires, Centro Riojano Español, Asociación Argentina de Mujeres Hispanistas, Centro Asturiano de Buenos Aires, Centro Cultural de Andalucía, Centro de Salamanca, Asociación Mutualista Residentes de Vigo, Centro Zamorano, Asociación Amigos de la Zarzuela, Centro Culturas Islas Baleares, Falla Valenciana ‘El Turia’ y el Centro Archipiélago Canario. También lo hizo Silvia Legrand, cuya emotiva carta fue leída durante el acto. Al concluir su lectura, la cantante Rocío del Cielo estrenó un pasodoble titulado “Lolita de Argentina”, con letra de Nora Pascua y música de Eduardo González, dedicado a la querida artista.
Pocas, muy pocas, eran las personas que visitaban a la artista en esa etapa de su vida. Una de ellas fue Horace Lannes que, con motivo de este Acto, recibió el llamado de Lolita varios días antes: “Fui de los pocos que llegó a verla cuando estuvo enferma y en sus últimos días. Habíamos hablado por teléfono, me contó que le darían esta distinción y me pedía sugerencias sobre cómo vestirse, teniendo en cuenta que estaba muy hinchada por la medicación. Le dije que no se preocupara porque justamente yo había hecho unas prendas de colección para una película, que no se usaron, un abrigo de seda natural, negro, con un cuello grande de raso. Le ofrecí chales, uno color rosa, un tono que a ella le quedaba muy bien, y le pregunté si quería que fuera a verla. ‘Si -me dijo- vení mañana mismo’. Le llevé también unos broches, prendedores muy bonitos con strass, aunque ella tenía muy lindas alhajas, pero quise llevarle todo ese material y la realidad fue que no pudo probarse nada porque, aunque me dijo que estaba bien, no lo estaba. Le probé todo a la señora que la acompañaba y cuidaba, y todo le gustó mucho. Eligió el chal rosa pálido, pero en el momento en que le di los clips, no pudo sostenerlos en la mano porque no tenía fuerzas. Me dio una gran pena. Los clips se le cayeron y yo los recogí sin hacer ningún comentario, como si nada hubiera pasado. Hablamos un poco más y me invitó a quedarme para tomar un café, pero yo estaba tan conmocionado, aguantándome las lágrimas y la angustia, que no pude quedarme. Era injusto que estuviera así. Había sido una mujer de tanta fuerza, de tanto empuje, que eso era demasiado injusto”.
Angélica, que estuvo presente en el acto de la Legislatura, tiene sentimientos encontrados de aquellos días, alegrías y tristezas mezcladas en el recuerdo: “Aquello fue motivo de orgullo, obviamente, porque era un reconocimiento ampliamente ganado por ella. La pena fue que no llegara un tiempo antes para que pudiera disfrutarlo. La verdad fue que mamá tenía la voluntad de ir pero estaba muy mal. Resultó muy duro hacerle comprender que no era bueno para ella, ni tampoco para la gente que tanto la quiso, aunque después lo comprendió. De haber estado presente, habría sido una experiencia muy fuerte para ella y para la gente también. Su carita seguía siendo la misma, pero su cuerpo no, estaba hinchado, deformado, porque necesariamente tomaba muchísimos corticoides. Hubiera sido un golpe muy duro para el público. Claro que ella quería ir, hasta le habían probado ropa, pero fue mejor que no asistiera. Habría pasado un mal momento”.

Sus hijos Mariana y Diego, y su amiga Aurora Delmar, se habían quedado junto a ella, para cuidarla y contenerla, mientras el resto de la familia se presentaba para recibir el diploma y la medalla de su nombramiento. Aurora relata una situación muy especial que vivió esa tarde, junto a su amiga: “Lolita era una persona que decía las cosas después de pensar tres veces lo que iba a decir. No era de los que hablan sin pensar. Ella se tomaba su tiempo para todo, tanto sea para un reto como para un halago. El día que la nombraron Ciudadana Ilustre, tuve las últimas palabras que me dedicó. Yo estaba sentada a un lado de Lolita, y Diego al otro. Ella me decía algo que yo no podía terminar de entender pero que Diego me tradujo ‘Tía, ¿no te das cuenta lo que te está diciendo mamá? Te está diciendo gracias por los momentos agradables que me hiciste pasar’. Eso fue lo máximo para mí. Después que falleció no quise ir más a la casa ni a ver las cosas de ella. Yo me quedé con esas dos palabras que me dijo y con algo que me regaló. Un día le dijo a Esther que por favor le lavara un pijama, lo planchara, y me lo diera a mí porque ella ya no iba a usar más pantalones. No le dijo ‘no puedo’ le dijo ‘no voy a usar más.’ Eso es todo lo que tengo de ella. Sus palabras y su pijama. Y también el retrato de la Virgen que está encima de mi cama y que me lo dio ella. Esos son los recuerdos que conservo de Lolita. Y las fotos en las que estamos las dos”.
Diego valora el hecho de que la distinción como Ciudadana Ilustre llegara a tiempo: “Para mamá era un nombramiento muy importante, y era de esos acontecimientos que a veces funcionan como estímulo ‘¿qué me voy a poner? ¿qué va a pasar?’, pero que también, por su misma presión, se te vienen en contra y te juegan a menos. La verdad es que ella no estaba en condiciones para asistir al acto. De todas maneras, lo importante fue que al menos lo pudo disfrutar. Algunas distinciones se hacen post mortem, por suerte esta llegó a tiempo”.

Apenas seis días después de su designación como Ciudadana Ilustre, Lolita fue internada en el Hospital Español, en estado sumamente grave a raíz de una afección pulmonar. Los canales de televisión informaban permanentemente sobre el caso, inquiriendo a los miembros de la familia y aguardando los partes médicos que se emitían diariamente. El doctor Claudio Nosti, quien además de ser su médico era amigo de la familia, explicaba: “No se puede hacer un pronóstico porque estamos monitoreando el caso día a día, la situación es muy delicada y hay que esperar”.
Angélica cuenta que una de las últimas noches que cuidó a su mamá: “Se veía en el teatro, en los camarines, me decía ‘Nena, correme esas flores que me tapan el espejo’. Ya estaba en lo que siempre fue su mundo. Pero la noche siguiente tuvo una mejoría. Seguramente fue esa mejoría que, dicen, suelen tener las personas que van a morir”.
La noche siguiente, cuando se produce esa mejoría que refiere Angélica, era el turno de Santiago para quedarse a cuidar a la enferma. Y de esa circunstancia, el hijo mayor de Lolita, guarda un recuerdo especial: “Sucedió unos días antes de que la entubaran. Estaba mi hermano Diego y Angie, que entonces era su novia, y mi amigo Dini. En esos momentos pareció tener una mejoría, como si resurgiera desde el dolor. Todos nosotros éramos muy proclives a jugar, hacer imitaciones o cosas de ese tipo. Entonces mamá de pronto dice ‘bueno, vamos a hacer una presentación’. Diego recién llegaba de cantar en Colombia, y entonces ella le preguntaba ‘¿y cómo te ha ido en Colombia, chico?’, y él le respondía. Mamá dirigía y cada uno de nosotros actuaba. Armamos una especie de show o de sketch. ‘Y acá tenemos a Carlitos que va a cantar unos tangos’, y comenzamos a reírnos todos como locos. ‘Ahora desde Radio Estrella de Perú…’ y hablaba como si tuviera un micrófono en la mano. ‘Es el momento de la publicidad’ anunciaba, y entre todos hacíamos un aviso. ‘Y después del aviso venimos con Diego Torres’. Pero después se corrigió ‘No. Con Diego Torres, no. Me tiene harta Diego Torres, prendés la radio y Diego Torres, la tele y Diego Torres.' Y risas y chistes y más risas. Esto duró como dos horas. Y fue tanta la risa y el despelote que armamos que vinieron a quejarse. Ella tenía un cuarto dispuesto especialmente para que pudiera estar aislada y tranquila, próximo a terapia intensiva. Entonces vinieron a retarnos a los gritos, principalmente a mí: ‘Vos, que sos médico, ¿cómo permitís esto? No te das cuenta que con la medicación que tiene se queda más excitada. ¿Y ahora como dopo a tu madre?’ Y mamá no dejaba de decirnos ‘Chicos, no se vayan, vamos a seguir jugando’. Pero fue lindo aquello. Fue un momento increíble. Después ya no pasó nada más. La entubaron y se fue.
Mamá era muy estilo superman El psicólogo trató de decirle ‘aflojá, dejá de ser la supermujer porque estás enferma, tenés dolor, entonces sufrí y no hagas como que no pasa nada, sos una mujer, no sos una roca.’ Nosotros le decíamos ‘la Catedral’ porque a veces volaba todo y ella se mostraba como que ‘bueno, no pasa nada, quedate tranquilo, vamos bien’. Se moría del dolor y no nos quería preocupar. Se había desmoronado toda, los nervios estaban apretados, y en ese caso es imposible no vivir en un grito continuo porque los nervios tienen que estar comprimidos y los suyos estaban deshechos. Sin embargo, cuando uno de nosotros, o cualquier otro, la llamaba por teléfono, ella disimulaba todo lo que podía. Y esta actitud la mantuvo hasta en terapia intensiva donde nos pedía que pusiéramos a Buenavista Social Club o al negro Rada con su canción ‘Cuando yo me muera’ y ella, entubada, movía los hombros y hacía señas para que le pusiéramos la música. Los tipos de terapia intensiva me miraban y no entendían nada, me decían ‘¿Cómo puede ser? está con respirador, está canalizada, le estamos mandando heroína, codeína, morfina ¡y ella quiere música!’. Una fuerza impresionante hasta en los últimos momentos.”


El parte médico indicaba que “la señora Torres está lúcida y responde favorablemente al tratamiento”. Sin embargo, todos a su alrededor supieron que no podía esperarse nada más.
Lolita Torres falleció el sábado 14 de septiembre de 2002, a las 9.20 horas. Su médico informaba a la prensa: “Sufrió una afección cardiaca. Fue su corazón el que definió este cuadro.” El calvario había tocado fin. A su lado estaba Martica, la joven colombiana que la acompañó durante los últimos años de su dolencia.
Los diarios del mundo se hicieron eco de la triste noticia: Rusia, por supuesto, pero también Estados Unidos, España, Francia, Inglaterra, Colombia, El Salvador, Uruguay, Brasil, Chile.

Las autoridades de la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires pusieron el Salón Dorado a disposición de la familia Caccia Torres, para realizar en él el velatorio de la artista, pero sus hijos rechazaron la posibilidad. Sus restos fueron velados en la casa de sepelios ubicada en la calle O’Higgins 2842, en el barrio porteño de Belgrano, desde las últimas horas de la noche. A lo largo de la tarde, se anunciaba en los diferentes canales de televisión que “los hijos de Lolita piden al público en general que se abstengan de acercarse al lugar ya que no se permitirá el acceso al mismo a ninguna persona que no sea de la familia o del íntimo entorno”. Aun así, en la calle se dieron cita muchos admiradores de la artista y tantos otros que, sin serlo especialmente, sentían por su persona un inmenso cariño. Una mujer tocaba las castañuelas incesantemente; lo hizo hasta la madrugada y volvió a hacerlo desde horas muy tempranas, hasta que el coche fúnebre trasladó el cuerpo de Lolita hacia su morada final. Otra señora comentaba a quienes estaban a su lado: “Vengo desde Los Polvorines. Ya sé que no me van a dejar entrar pero no podía estar en mi casa ni iba a poder dormir. Vine a acompañarla desde aquí”. Un señor agregaba: “Fui a verla a tantos cines y teatros… Hubiera querido rezar al lado de su féretro”. Sólo alrededor de las cuatro de la mañana, cuando era muy poca la gente que permanecía en la calle, se permitió el acceso de ese pequeño grupo de personas a la sala, por unos pocos minutos.
Julio ‘Lole’ Caccia sufrió una descompensación cardíaca ni bien se enteró del fallecimiento de Lolita, por lo que debió ser internado urgentemente en el Hospital Español, para ser asistido en la unidad de terapia intensiva. Fue la razón por la que no pudo estar presente en el sepelio de su mujer. Afortunadamente, Lole se sobrepuso a estas circunstancias y, unos días más tarde, pudo abandonar el hospital.
Cuando se produjo el deceso de Lolita, Diego Torres no se encontraba en Buenos Aires, sino en Colombia cumpliendo compromisos laborales, y desde allí llegó a las seis de la mañana del domingo para despedir los restos mortales de su madre.

Mariana cuenta sobre sus miedos en aquellos días: "Fue un velatorio muy íntimo por decisión nuestra. Yo sabía que mamá no era de vender su vida. Cuando estuvo en terapia, en una habitación sola para ella, yo hinchaba siempre para que cerraran la persiana tipo americana que había en el cuarto. Mi hermana me decía ‘no jodas ¿qué va a pasar?’. Y yo siempre insistía con eso, porque los fotógrafos son terribles y suponía que alguno se asomaría por las hendijas para sacarle una foto a mamá. Me moría si algo de eso pasaba, por eso vivía cerrando las ventanas. ‘Qué hincha pelotas’ decían todos. Un día estaban en el cuarto el médico, un socio suyo y el cura. En un momento dado miraron hacia el patio, donde el Hospital Español tiene una iglesia muy antigua, y vieron que en el campanario estaba colgado un fotógrafo. El primero en insultarlo fue el mismo cura, gritándole que se bajara. El tipo no llegó a sacar la foto porque lo bajaron a tiempo. Yo estaba muy paranoica con ese tema. Cuando murió, nos permitieron estar todo el día en el cuarto con mamá hasta que vinieron de la casa velatoria a retirar el cuerpo. El primero en acercarse fue un señor mayor. Entonces le dije directamente que el cuerpo de mi mamá se iba con alguien en la camioneta. Me contestó que no se podía porque ya iban dos personas de la casa mortuoria. Afuera estaba plagado de periodistas y fotógrafos. ‘No me importa, le dije, acá puede haber un desgraciado que por un poco de dinero abra la puerta para que le saquen una foto a mi mamá muerta y yo no lo voy a permitir. Durante toda la preparación y cuando la pongan en el cajón, tiene que haber alguien presente’. Me puse tan mal que el ex marido de mi hermana, que en ese momento estaba con nosotros, fue a hablar con el hombre y arregló que iría él. Y así lo hizo, no se separó ni un momento de su lado. El velatorio fue a cajón cerrado y solo se abrió cuando vino Diego. Entonces hicimos una despedida en la que cada uno le dijo a mamá lo que quiso y le agradeció, pero éramos nosotros cinco, con nuestros maridos y mujeres, y el terapeuta. Nadie más. Se volvió a cerrar el cajón. Yo quise maquillarla y en el momento de hacerlo estuve entera, me ayudó Anita, la ex mujer de mi hermano mayor. Mi hermana dudaba. Pero pensé que mamá era muy coqueta y no querría que Diego la viera pálida, porque recién la vería la mañana siguiente. Igual, mamá siempre decía ‘el envase ya está’. Cuando me llamó el médico para decirme que había fallecido, mi marido abrió los brazos para abrazarme y yo le dije ‘no, no, ahora no puedo llorar, vamos al hospital’. Después de todo aquello, me vine abajo, me caí, tuve todo lo que tuve”.

Antes de la hora prevista para su partida hacia el cementerio, más personas se acercaron al lugar para despedir a Lolita. Los que pudieron, tocaron el coche que la llevaba en un último y sentido saludo. Otros rompieron a llorar. Todos, sin excepción, aplaudieron. Las castañuelas, más débiles, podían escucharse aún.
Sus restos fueron inhumados en el Panteón de Actores del cementerio de Chacarita, en una ceremonia privada de la que sólo participaron sus familiares y amigos. Su féretro fue depositado en el nicho 250. Afuera, sus admiradores y el público en general, acompañaron en silencio y respetuosamente el triste momento final.
La gran dama de la vida y del arte había dicho adiós.


Luego del fallecimiento de Lolita, se produjeron algunos hechos destinados a homenajear su figura y su trayectoria, como lo fueron por ejemplo diversos ciclos con sus películas, conferencias en las que se repasó su carrera artística y el premio Konex –post mortem- como mejor solista femenina, entre otros reconocimientos. También en Rusia se realizaron programas con el propósito de recordarla. Uno de ellos en diciembre de 2005, cuando el Canal Cultura de ese país le dedicó un espacio titulado “Las leyendas del cine del mundo. Lolita Torres”.
En agosto de 2006 veía la luz un libro biográfico "Querida Lolita - Retrato de Lolita Torres", cuyo autor es Mario Gallina, historiador e investigador sobre cine y teatro argentinos, autor de varios libros, y además su admirador. También a una iniciativa suya ante el Concejo Deliberante de General Alvarado, se debe la imposición del nombre de “Lolita Torres” al Anfiteatro ubicado en la Plaza de las Artes, de la Ciudad de Miramar, en mayo de 2007.

En Rusia, el 30 de julio del mismo año, dentro del ciclo “La Capa Cultural” (Kulturniy Sloy), por el Canal 5 de San Petersburgo, se emitió un homenaje a Lolita. Su presentador, Lev Lurié, periodista, escritor e historiador, abrió el programa mostrando el mismo Registro Civil donde, señaló, en 1956 se produjo un fenómeno inusual: “La enorme cantidad de niñas anotadas con el nombre de Lolita, actitud que fue símbolo de amor de las espectadoras soviéticas hacia Lolita Torres, lejana y divina”. Tras un repaso de su biografía y la proyección de imágenes de sus películas o de sus visitas a Rusia, varios investigadores y periodistas especializados en cine, explicaron y analizaron el éxito descomunal de nuestra artista en aquel país. Entre ellos Dmitriy Ivaneev, explicó que: “Realmente, Argentina es un país muy lejano y desconocido, sobre el cual teníamos sólo una idea como que era el país del tango. Y de pronto resultó que en Argentina había un cine, había artistas, había directores. Pero la verdad es que los directores no permanecieron en la memoria. En la memoria solo quedó Lolita Torres”.

En Junio de 2008 se inauguró una plaza en la intersección de General Paz y Avenida Belgrano, en Avellaneda, que lleva su nombre: “Plaza de la Integración – Lolita Torres”.

Distintas maneras de recordar y homenajear a una artista que todo lo conquistó a través del arte, la simpatía y los buenos modos. Reconocida como una de las figuras más queridas de la escena nacional, perdurará en el recuerdo de sus familiares, amigos y admiradores, como lo que siempre ha sido: una dama excepcional.



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