miércoles, 26 de mayo de 2010

CAPÍTULO VII

“Siempre sueña con otros caminos
la brújula loca de tu corazón...”
(9)



Un hecho verdaderamente importante en la carrera profesional de Lolita tomó cuerpo en aquel invierno de 1968. Un sueño largamente acariciado se concretaba en el mismo escenario que la había visto nacer como artista. Hacía tiempo que en su mente daba vueltas la idea de llevar al teatro una comedia musical, pero el nacimiento de sus hijos y su decisión de dedicar al hogar cuanto tiempo pudiera había postergado el proyecto. Hasta que el momento llegó. La obra “Según pasan los años”, con libro de Rodolfo M. Taboada y música de Tito Ribero, fue el motor que puso en marcha el deseo contenido. El 8 de julio de 1968 se abría el telón del teatro Avenida, propiciando un reencuentro fundamental para el espíritu artístico de su principal protagonista. Un espectáculo teatral con gran lujo en escena, que significó una inversión económica importante calculada en ‘cuarenta y nueve millones de pesos’ de los de entonces, y para cuyo emprendimiento Lolita y su esposo crearon la empresa CATOR S.C.A. La obra que Taboada escribió para Lolita, estaba dividida en tres épocas: la de Maricarmen, una cupletista española que llega a Buenos Aires a comienzos de siglo XX; la de Isabel, su hija, una `vedette´ que triunfaba en escenarios porteños en la década del veinte y, por último, la de Marisabel, nieta de Maricarmen, quien trabajaba en una sastrería dedicada a confeccionar ropa para trabajadores del espectáculo, pero que soñaba con ser actriz y cantante como su madre y su abuela. El desarrollo de la obra mostraba cómo, ante situaciones similares, cada una de estas mujeres tenía diferentes reacciones de acuerdo a las pautas morales de cada tiempo en que les tocó vivir. Esas historias, que se entrelazaron desde el mil novecientos hasta la actualidad de aquellos años sesenta, más todo el despliegue musical típico de cada una de ellas, fue el terreno propicio para dejar aflorar nuevamente en teatro, como lo había hecho en 1952, sus facetas de cantante y actriz, condición ésta última en la que se desempeñó con destacada desenvoltura.
El elenco era ciertamente importante: Rodolfo Salerno, Enrique Liporace, Adolfo García Grau, Teresa Serrador y Zelmar Gueñol, por sólo nombrar a algunos. En el desarrollo del espectáculo se producían cincuenta y dos cambios de escena, magistralmente ideados por Mario Vanarelli, cuya recreación de ciertos lugares del antiguo Buenos Aires fueron justamente ponderados por la crítica en general. Entre ellos, el de ciertos cafés porteños y reductos nocturnos de diversión, como El Pabellón de las Rosas, Los Inmortales, el Ta-ba-ris y otros, que permitieron la evocación de figuras del ambiente literario, artístico y deportivo de la época, como Jorge Newbery, Rubén Darío, Ángel Villoldo, Kid Charol, Enrique Santos Discépolo y Juan José de Soiza Reilly. Lolita realizaba veintidós maratónicos cambios de un suntuoso vestuario, cuya creación estuvo a cargo de Horace Lannes. Este último se ocupa de acercar dos vivencias de aquella temporada que reflejan el estilo de Lolita, sus formas y sus modos: “Cuando hacíamos `Según pasan los años´, dentro del vestuario que Lolita tenía que lucir había un traje de época, de encaje blanco sobre un verde agua, con sombrero y plumas blancas, y una sombrilla. El sombrero del 1900 era enorme. El traje, largo y con cola. En un ensayo general siempre pasan cosas espantosas y justamente en uno de ellos, cuando Lolita tenía una escena con una niñita, observa que desde arriba se desprende una parte del decorado e iba a caer justo encima de la niña. Por salvarla, Lolita se puso sobre la nena y lo que cayó, lo hizo encima de Lolita que quedó desmayada. Fue un susto muy grande. Lole inmediatamente la recogió en brazos y la llevó al camerino. Por supuesto, todos los presentes dábamos por terminado el ensayo. Sin embargo a los quince minutos, y con el sombrero puesto, apareció Lolita para continuar ensayando. Puedo asegurar que otra en su lugar se hubiera ido a su casa, asustada, para descansar. Pero ella tenía una gran profesionalidad, y una vez recuperada, prefirió seguir trabajando. También en el ensayo general hubo unos problemas enormes con el sonido, no andaban los micrófonos, no los podían arreglar. El director, Pedro Escudero, iba de aquí para allá, Lole también, todos despotricando, furiosos y nerviosos, gritando. En un momento dado, Lolita se acercó al borde del escenario y, con mucha calma pero con firmeza, dijo: `Señores ¿qué pasa? Tenemos que debutar mañana… Tiene que estar todo bien, serénense por favor´. A partir de ahí, se hizo un gran silencio y sucedió como un milagro porque todo comenzó a funcionar debidamente. A mí, aquel episodio me impresionó profundamente. Todos estaban enloquecidos, vociferando, diciendo palabrotas y ella, que era la estrella, que podría haber tenido una actitud histérica o, como tantas otras actrices, haber hecho un desplante y decir `yo así no canto, arreglen esto y cuando esté listo me llaman´, puso en cambio la calma. Es que así son solamente las verdaderas estrellas. Era una mujer que tenía una gran serenidad y un gran respeto hacia todos y todo. Uno le hablaba y ella iba analizando, decía `ajá, ajá´. Cuando decía así, era porque estaba escuchando atentamente, analizando lo que se le decía. Fue muy genial, una gran persona, de muy buenos sentimientos, de las que no hablan mal de la gente. Tenía una gran personalidad, dominio de sí misma, y esa actitud es muy importante en escena. Siempre fue muy fuerte, pero con muy buen modo, muy tranquila, nunca la oí dar un grito, ni decir malas palabras”.

Respecto a la obra, las opiniones especializadas, estaban divididas. Una vez más, marcaban una diferencia notable entre el libro y el trabajo de la protagonista principal y también del elenco que la secundaba. Leo Vanés escribía entonces: “Es quizás una de las pocas divas con luz propia que nos quedan…” Un diario capitalino expresaba: “Su retorno ha sido un acierto aún por encima del levísimo e inadecuado libro de Taboada.” O este otro, que se refiere al trabajo de la actriz, entre múltiples elogios, manifestando que “Cuando ya no era racional imaginar una sorpresa de su parte, Lolita Torres se nos viene encima con su inesperado talento de vedette.” En Radiolandia, se leían las siguientes expresiones: “Luego del acertado prólogo musical, al levantarse el telón apareció la lograda escenografía de Mario Vanarelli; y de allí en más, un maravilloso calidoscopio de colores y música puso fondo a la actuación del numeroso elenco (…) La entrada de Lolita Torres fue recibida con el cerrado aplauso de un público que de esa manera saludaba a la artista que, en la presente temporada, se reencontró con la platea que viera sus primeros pasos hacia el éxito (…) desde el estreno un auténtico deseo de valorar `en vivo´ su arte, lleva multitudes a la sala de la avenida de Mayo. La frescura de su voz, su capacidad de actriz, la reconocida simpatía de su mensaje y la riqueza de un vestuario que deslumbra, harto justifican el interés que despierta, y son el motivo principal de la feliz temporada”.
Casi veinte años después, en una charla con la autora de este libro, Lolita evocaba aquella noche del debut: “Cuando se levantó el telón y salí a escena, cuando vi la sala repleta y escuché ese aplauso estruendoso y sostenido, fue tan emocionante para mí, que casi no podía sostenerme. Es que venían a mi mente tantos recuerdos, volví por unos segundos a verme con apenas once años, cantando para tanta gente y en un marco tan imponente, que sentí que las piernas se me aflojaban. Recuerdo que desde adentro, Pedro Escudero, el director del espectáculo, se dio cuenta de que me caía y me decía “Quieta. No aflojes. Recibí el aplauso. Quieta. Disfrutalo.” El veía que me tambaleaba soportando tanta emoción. Fue inolvidable. Un momento muy intenso de mi vida profesional”.

Según pasan los años” concluyó sus funciones en el Teatro Avenida el día 13 de octubre y se mudó al escenario del Odeón a partir del siguiente 18 de octubre. Luego de batir récords de recaudaciones, especialmente en su morada anterior, se dio por finalizada el 22 de diciembre de 1968.
Lole Caccia, agrega sobre aquella temporada: “Aquella experiencia fue fabulosa en todo sentido: una obra en movimiento, las actuaciones, los coros. Además teníamos en el foso una orquesta con veintiún músicos, todas las noches tocando y Lolita cantando en vivo, nada de pistas. Fue fantástico. Hoy, aquello no podría hacerse. La escena del barco alejándose fue impresionante. Es una gran pena no tener grabado todo aquello. Teníamos completo todas las noches. Al menos mientras estuvimos en el Avenida. Mudarnos al Odeón nos perjudicó, pero hasta entonces poníamos el cartelito de `no hay más localidades´ todas las noches”.
A pesar del trajín que el ritmo teatral les imponía, ni Lolita ni Lole se desentendían del papel de padres que efectivamente eran ni eludían responsabilidades. Por mucho teatro que hubiera de por medio, cuando una temporada era larga, o un trabajo demasiado intenso, había que analizar qué hacer con los chicos. Ellos, los protagonistas directos de aquellas decisiones, son quienes mejor refieren cómo se vivían aquellas circunstancias derivadas del trabajo de mamá. En este caso es Santiago quien trae su recuerdo: “Cuando mamá actuaba siempre llevaba a alguno de nosotros con ella, por dos motivos: uno, porque era madre y quería a sus hijos cerca. El otro, para que no hubiera problemas, porque si nos dejaba a todos éramos capaces de quemar la casa. O se podía armar algún despelote feo. Entonces pensaban que llevando a Marcelo y a Santiago, por ejemplo, y si dejaban a Angélica y Mariana, sería menos peligroso. O sea, llevaban a dos y dejaban a dos, cualquiera fueran. Algunas veces, en cambio, íbamos todos. Todos saltando en el camarín o, de repente en el silencio de una obra de teatro, se escuchaba un ruido inesperado, que sobresaltaba a la gente y a los actores, y éramos nosotros corriendo por arriba de las luces. `Según pasan los años´ fue una obra de teatro impresionante, porque duraba como tres horas y ella tenia más de veinte cambios de vestuario. Encarnaba a la nieta, la hija y la abuela. Se cambiaba desde un atuendo con miriñaque hasta un traje enterizo y plateado, de estilo muy cósmico, y tenia a dos mujeres que estaban esperando cada entrada para cambiarla y maquillarla, porque en un chasquido de dedos salía otra vez a escena. Era muy agotador. En una escena ella entraba en su personaje de abuela, con un abanico de marfil que estaba siempre en el camarín, como todo lo demás. Un día estábamos Angélica y yo, y comenzamos a pelearnos, cosa normal en todos los hermanos. Lo terrible fue que Angélica agarró el abanico, me lo revoleó por la cabeza y el abanico se hizo añicos. Justo en ese momento se abre la puerta, entra mamá y ve el abanico de marfil totalmente desarmado. Era un abanico carísimo, que pertenecía a su madre y que además lo usaba como algo muy personal, muy valioso por el afecto que le inspiraba. Me acuerdo que se quedó inmovilizada, se le cayeron dos lágrimas y sólo decía `¿pero qué hicieron, qué hicieron? los voy a matar ¿cómo me hacen esto?´, Enseguida vinieron a corregirle el maquillaje. Y de pronto decía `Bueno Rita, hay que seguir, hay que seguir pero ¿ahora qué hago?´ Entonces las chicas que la ayudaban fueron a ver a Teresa Serrador, que estaba también en la obra, y le pidieron prestado su abanico para resolver la situación. Siempre hacíamos esas cosas. La acompañábamos en sus actuaciones pero, cuando veíamos sus recitales infinidad de veces, las mismas canciones, los mismos movimientos, nos aburríamos, entonces tratábamos de entretenernos metiéndonos en el paraíso o en el sótano de los grandes teatros, nos metíamos entre los decorados y revoloteábamos por ahí. Lo que era muy divertido era ir en las giras. A veces le tocaba ir a uno, a veces a otro. Ellos veían quién se había peleado con quién, quién andaba mejor con quién, cómo iban las notas del colegio, si andabas mal te encerraban en el cuarto y ahí te quedabas hasta que se pasaba el enojo. Así era. El que andaba bien, iba. El que andaba mal, se quedaba”.

Aquel fue un año de intenso trabajo. Lolita decide cambiar de aires y, luego de permanecer durante cinco temporadas como figura de Canal 11, firma un contrato que la vincula a Canal 13 para una serie de seis especiales, todos ellos dentro del ciclo “El mundo del espectáculo”, cuya presentación estaba a cargo de Héctor Larrea. El 29 de julio pudo verse el primero de la serie: “El genio alegre”, una comedia de Joaquín y Serafín Álvarez Quinteros, con adaptación de Gregorio Santos Hernando, y en cuyo elenco se destacaron José María Vilches, Teresa Serrador y Hebe Donay. Justamente para esta obra, Santos Hernando, periodista, poeta y, también por entonces, jefe de prensa de Canal 13, escribió la letra de dos canciones que interpretaría Lolita en el programa, “Campanera” y “Todo el amor”. “El genio alegre” cuenta la historia de Consolación, joven de alegre carácter, que al llegar e instalarse en casa de su tía Sacramento, cambiará la vida de todos, incluyendo la de su primo, que terminará enamorándose de ella.
El 26 de agosto, dentro del mismo ciclo, se emitió “Mi prima está loca”, obra de Torcuato Insausti y Francisco Collazo, cuya adaptación para televisión también correspondió a Gregorio Santos Hernando, con Rodolfo Salerno, Enrique Kossi y Osvaldo Terranova integrando el elenco. Su argumento narra el encuentro de una joven argentina con sus primos. Ella, millonaria. Ellos, solteros empedernidos. Tal reunión se produce cuando la muchacha, tras la muerte de sus padres, decide dejar los Estados Unidos, país donde reside y estudia, y regresar a Buenos Aires. Sus primos se enamoran de ella, y ella optará por el menos interesado en su fortuna.
El 14 de octubre, salió al aire el título quizás más arriesgado de esta serie de especiales para Canal 13, “Sangre y arena”, la conocida pieza de Vicente Blasco Ibáñez, escritor y político valenciano, muy prolífico, cuya vigorosa imaginación y poder descriptivo lo convirtieron en el último gran autor del realismo decimonónico. Su obra tuvo una gran proyección internacional, ampliada por las adaptaciones cinematográficas de algunas de sus novelas, las más famosas de las cuales tal vez sean las dos versiones de “Los cuatro jinetes del Apocalipsis”, la primera de ellas interpretada por Rodolfo Valentino, y la segunda por Glenn Ford, con dirección de Vincente Minnelli. “Sangre y arena” también tuvo varias versiones cinematográficas. La primera, dirigida por el mismo Blasco Ibáñez, que data de 1916. Seis años más tarde, en la producción estadounidense se despierta interés por filmar una historia relacionada con el mundo taurino y es entonces cuando Fred Niblo rueda la primera versión norteamericana de esta obra, con Rodolfo Valentino, Lila Lee y Nita Naldi, en los protagónicos. Sin embargo, la más lograda, y la más recordada también, fue la que en 1941 dirigió Rouben Mamoulian, con las magistrales interpretaciones de Tyrone Power Jr., Linda Darnell y Rita Hayworth. Una versión más reciente, en 1989, fue encarada por el director Javier Elorrieta, con Christopher Rydell y Sharon Stone en los roles centrales. “Sangre y arena” relata las vivencias de un torero que llega al punto máximo de la fama y es aclamado por un público que permanentemente lo festeja y mima con su aplauso. Juan Gallardo, así se llama, es casado y todo parece indicar que ama a su mujer. Sin embargo, cuando conoce a Doña Sol queda deslumbrado con su belleza y todo en su vida comienza a cambiar. El torero cree que cualquier cosa que haga a cambio de no perderla estará justificada, sin tener en cuenta que sus cualidades taurinas pronto pierden calidad, y entrarán en franca caída, como consecuencia de trasnochadas y otros detalles. Lo que un día fue gloria se transforma en cruda derrota. Doña Sol ya no está con él. Sólo su fracaso y su fiel esposa estarán a su lado, y en brazos de ella morirá luego de ser arrastrado por un toro. La adaptación para televisión de Rodolfo M. Taboada suavizó las aristas del libro original y almibaró las situaciones de mayor compromiso. El personaje de Doña Sol estuvo a cargo de Lolita. Rodolfo Bebán interpretó al notable torero y un valioso elenco acompañaba a los artistas principales: Hebe Donay, Esteban Serrador, Ricardo Lavié, Aurora del Mar, son sólo algunos nombres, a la cabeza de un reparto integrado por treinta actores y veinticinco bailarines. Más allá del despliegue artístico y técnico, esta puesta no contó con la aprobación de la crítica que se ensañó bastante con ella. “Los críticos nos dieron muchos palos, pero Rodolfo y yo hicimos esa obra con inmenso cariño” contaba Lolita en oportunidad de referirse a aquel trabajo suyo.
En aquel año de intensa actividad, en el marco de una nota concedida a la revista Radiolandia, se refería también a la influencia de su trabajo sobre su vida familiar: “Cada vez que me tengo que quedar hasta tarde por un ensayo o una grabación o una función atrasada, el sacrificado es mi esposo. Pero también el matrimonio implica esos sacrificios y estoy segura de que los hace con gusto porque es mi admirador número uno”. A lo largo de su vida, Lolita siempre tuvo palabras de reconocimiento para el gran compañero que supo ser Lole Caccia.
Requerida por el periodismo acerca de la elección de personajes `suaves o blancos´ que generalmente elegía, Lolita replicaba: “Esas definiciones siempre son un poquito peligrosas. Yo prefiero siempre hacer personajes que transmitan gran simpatía y que sean atractivos para toda clase de público. Pueden todos suponer bien que, como profesional, puedo hacer cualquier cosa. Inclusive, mostrar las piernas. Pero mi gusto, mi naturaleza y mi forma de ser, sentir y pensar me inclinan más bien hacia el tipo de personajes de las comedias españolas, como son, por ejemplo, esas gitanas enredadoras de los hermanos Álvarez Quintero…”.
El 26 de diciembre, cumpliendo el compromiso contraído con canal 13, lleva a cabo un recital “Hoy, Navidad”, compuesto por canciones especialmente dedicadas a esa festividad. Por otro lado, en el mismo canal, todos los sábados de junio, julio y agosto, realizó apariciones en el programa “Sábados Circulares de Mancera”, conducido por Nicolás “Pipo” Mancera, en los cuales cantaba dos canciones cada vez, y en los que semanalmente se presentaban prestigiosas figuras, no sólo del ámbito nacional, sino también, internacional. Tal el caso de Tita Merello, Niní Marshall, Palito Ortega, Gila, Marisol y Lola Flores, entre tantos más. Una cantante de ritmos españoles también era figura habitual de aquellos programas ómnibus de los sábados: María Alexandra, que muy afectuosamente rememora: “Fue en aquellos programas donde nos conocimos. En los Circulares de Mancera un día le preguntaron qué opinaba de esa chica, Maria Alexandra, que también cantaba canciones españolas. Ella dijo que yo lo hacía muy bien y me ponderó mucho. A mí me encantó su actitud tan generosa y tan amable, poco frecuente a veces en las verdaderas estrellas. También entonces conocí a su esposo, que es un ser maravilloso, un hombre encantador. Con ellos compartí muchas mesas, porque fuimos a clubes como el Salamanca, y tantos otros, que organizaban eventos especiales y nos invitaban. Me resultaba una familia encantadora, divina. Ella era una gran cantante, sin duda. A mí, personalmente, me pasaba algo curioso: yo no podía escuchar muchas canciones de ella porque luego tenía mucha facilidad para cantarlas igual, parecida a la voz de ella y, para colmo, éramos dos argentinas que cantaban a España. Yo notaba que teníamos una actitud similar, algo en la forma de la cara, algo que no sé qué era precisamente… tal vez, sería porque cantábamos las dos el mismo estilo. Aunque había una gran admiración de parte mía, yo trataba de cantar canciones de Carmen Sevilla y no de Lolita porque me veía cierta expresión, sobre todo en los ojos, muy similar a ella y quería evitar que alguien dijera que la imitaba. En realidad yo le tenía una gran admiración y la iba a ver cada vez que podía. Con mis padres íbamos a verla siempre a Radio Belgrano. La amábamos. Fue una artista realmente maravillosa, que ha dejado un grato recuerdo en todos los argentinos”. (Diciembre 2006)

Hay recuerdos familiares que son el tesoro más preciado y custodiado en la memoria de los hijos de Lolita y hay una gran coincidencia en todos ellos cuando se refieren a sus etapas más felices o a las enseñanzas que su madre les ha dejado: “La época tal vez más linda de mi vida ha sido mi infancia y mi adolescencia, además de ésta de ahora en que soy padre y es una experiencia nueva” –cuenta Santiago-. “Nosotros tuvimos un campo en Pilar de más de cuarenta hectáreas, desde que yo tuve ocho o nueve años hasta un poco antes de los veinte. Se llamaba `Molino Blanco´ y fue un período muy particular de mi existencia. Mi infancia y mi adolescencia. Las Navidades y Años Nuevos se pasaban en Pilar y eran una verdadera fiesta porque mamá era muy creyente aunque no era de ir a misa cada semana. Sin embargo, en el único lugar donde sí lo hacía todos los domingos era en Pilar. Iba en tractor manejando ella misma o a caballo o caminando. Era una capillita de un polaco que quedaba como a unos tres kilómetros de nuestro campo a la que concurríamos todos en familia. Se escuchaban las campanas a lo lejos y ahí arrancábamos todos, unos en la camioneta y otros a caballo. Asistíamos a la misa con la creencia absoluta de que la Navidad era el cumpleaños de Nuestro Señor Jesucristo y que los Reyes eran esos tres Reyes Magos que siguieron la estrella cuando Cristo nació. Esos eran dos episodios que mamá los vivía con íntima convicción. Entonces la Navidad y el Año Nuevo eran fabulosos porque se armaban árboles de Navidad enormes con luces fantásticas. Y luego, para la Noche de Reyes poníamos alfalfa, pasto, que veníamos recogiendo durante todo el día y baldes de agua para los camellos y todo, todo, era un operativo muy amplio, impresionante. Navidad y 6 de Enero eran dos fechas que se vivían con gran felicidad, con inmensa algarabía. Dormíamos con los ojos abiertos, escuchando y de repente gritábamos `escuché los camellos, escuché los camellos´… El viejo, que era un divino, hasta iba buscar bosta de caballos. Nos levantábamos a la madrugada e íbamos desesperados a ver si ya habían pasado los Reyes con sus camellos, entonces encontrábamos en el jardín el agua tirada, se habían comido el pasto, la bosta por ahí y, por supuesto, los regalos. Aquello era algo fabuloso, inolvidable. Esos veranos, ahí en Pilar, eran impresionantes. Pero es que todo tuvo una base y eso es lo más importante. Mamá siempre decía `yo vine a este mundo para ser madre, para tener una mesa llena de hijos, lo de Lolita Torres es secundario. Yo estoy acá para ser mamá. Ese era mi objetivo desde que nací y es lo que tengo en mi cabeza´. Y creo que en ese principio determinante de mi madre se basó toda la estructura familiar que tuvimos. Otra cosa que recuerdo mucho es que sacábamos reposeras y sillas en medio del enorme jardín que había frente al casco y nos quedábamos mirando el cielo horas y horas para ver si había un plato volador, o una estrella fugaz, o un satélite, porque a ella le encantaba el cielo y le encantaba la naturaleza, los árboles, los olores, los pinos, los eucaliptos, los tilos Y también le gustaban mucho las flores, amaba las rosas, el jazmín. Tal vez mi padre, Fito Burastero, tuviera que ver en esa predilección por las rosas, porque él era ingeniero agrónomo, igual que mi abuelo que también se dedicaba a la agronomía. Tenían viveros y a mi viejo le gustaba la jardinería, se especializaba en ella y en la parquización de campos y de casas. Tenía pasión por las rosas. El abuelo Burastero tenía un vivero, no sé si de diez o quince hectáreas, de las cuales cuatro o cinco eran sólo de rosas. Rosas de todos los colores. Ellos, además, hacían hibridaje, cruzaban colores para lograr la rosa negra o la rosa azul. La rosa era la flor preferida de mamá y creo que la roja era la que más le gustaba, aunque apreciaba las flores en general y los animales, los pájaros le encantaban. En cambio, la ponía muy triste el arrullo de las palomas, ese quejido medio tristón y monótono que tienen, porque cuando murió su madre también escuchó ese sonido y no podía dejar de emparentarlo. Pilar, ‘Molino Blanco’, tiene que ver con los grandes recuerdos, por ejemplo, de verla a mamá andar a caballo, cosa que no hacía muy bien, pero en lo que se empeñaba mucho, tenía sus botas y sus cosas y se ponía todo, entonces subía perfectamente equipada y… la verdad es que nos divertíamos mucho con mamá andando a caballo. Lo que hacía muy bien era manejar, tanto el auto como el tractor. Eso sí que lo hacía bien. Y otra cosa que le encantaba hacer era una especie de ikebanas. Cuando venia una tormenta de esas que tiran los árboles y dejan troncos rotos, ella los recogía, los pintaba y barnizaba, y en los agujeros ponía flores o helechos y hacia unos arreglos muy lindos”.

En el año 1969, Lolita realizó intervenciones en el programa “Casino” y en “Sábados Circulares de Mancera”, ambos en Canal 13, apariciones que le permitían, año a año, mantener su imagen vigente.
El 24 de septiembre llevó a cabo un recital, dentro del espacio de “El mundo del espectáculo”, Canal 13, con presentación de Héctor Larrea y dirección musical de Víctor Buchino. Dos meses más tarde, para el mismo canal, concretó un trabajo en calidad esclusiva de actriz, primero y único de su trayectoria. Se trató de “Gorrión” una comedia de Alfonso Paso, autor teatral y periodista español, miembro de una larga y conocida familia de escritores quien, tras frecuentar en su producción una línea sin complicaciones, se transformó en el más exitoso y popular autor español de las décadas del sesenta y del setenta. La obra elegida por Lolita, contó con la adaptación de José Gordon Paso. La historia, basada en un hecho real, fue estreno en Argentina. Cuenta la experiencia que atraviesa un matrimonio, padres de varios hijos, incluidos mellizos, que viven en condiciones de pobreza. La mujer, a quien llaman Gorrión, está embarazada nuevamente y el médico anuncia que, otra vez, serán mellizos. Paralelamente, su esposo es despedido del trabajo. La difícil problemática dará cabida a una propuesta realizada por la hermana de Gorrión, de holgada posición económica, consistente en llevarse a uno de los niños pagando por ello una importante suma de dinero. Gorrión, aunque apenada, acepta el ofrecimiento. Pero un hecho de extrañas características, a cargo de un grupo de gorriones, impide que esa acción se concrete. En el elenco se destacaron José María Vilches, como el esposo, Hebe Donay, la hermana, Esteban Serrador y Aurora del Mar.
En diciembre hizo dos recitales: uno fue “Lolita le canta a España”, y el otro “Espectacular de Lolita Torres”, dentro del espacio de “Casino”, en Canal 13 y con la dirección musical de Víctor Buchino.
Lolita, había encontrado la fórmula para alternar sus actividades artísticas con las de madre y esposa, privilegiando siempre estas últimas. Cuando sentía que era posible trabajar con más asiduidad, lo hacía. Cuando sentía, en cambio, que su presencia era más necesaria en el hogar, no tenía reparos en hacer a un lado las ocupaciones laborales priorizando aquellas otras. Por entonces, declaraba en la Revista Antena: “La felicidad no es una cuestión de azar. Si esperamos que aparezca corremos el riesgo de perder el tren. La dicha hay que trabajarla”.
Angélica, la segunda hija de Lolita, también tiene recuerdos muy especiales sobre su niñez, sobre todo porque fue una nena un tanto traviesa y revoltosa: “Yo de chiquita era tremenda, muy rebelde, y lo sigo siendo aunque ya soy una mujer. O sea que a mi mamá, pobre, le hice la vida imposible, por eso cuando tuve a mi hija Laura, que es tremenda también, mamá la miraba a mi hija, me miraba a mí y me decía `ella es mi venganza´. Yo, cada vez que podía, le hacia cosas terribles. Por ejemplo, cuando iban los reporteros a la quinta de Pilar para hacerle notas para las revistas, yo desaparecía y cuando me encontraban estaba subida en la copa de un árbol. Entonces me decían `Angélica, bajá, que están los periodistas´, y yo, desde ahí arriba, contestaba a los gritos `me importa un bledo, yo no bajo de acá, porque a mi no me interesan nada esos tipos que son unos falsos´. Una vez a Tito Ribero, el pianista, un músico importante, le revoleé un tomate por la cabeza porque ensayaba con mamá y no la largaba nunca y yo, obviamente, me la agarré con el tipo en vez de con mamá, entonces lo “medí” desde una puerta, apunté y le arrojé el tomate en el medio de la cabeza. Yo tenía seis o siete años nada más pero era tremenda. Me retaron mucho. A mí me mandaban semanas enteras a la cama sin comer, esos castigos eran terribles… Yo era la jefa del grupo, los demás eran todos varones: Santiago, Marcelo y los dos hijos de Aurora Delmar, todos teníamos edades muy cercanas, muy seguidas, y yo que tendría unos siete años, era también la única mujer y la líder del grupo, me decían `el marimacho´, lo cual va dando una idea de lo que fui. Un día, que estábamos muy aburridos los cinco, dijimos `¿qué hacemos, qué hacemos?´ Y a mí se me ocurrió `¿vamos a matar gallinas?´ y bueno, dale, vamos a matar gallinas. Entonces entramos en el gallinero con un plan que consistía en que ellos corrieran a las pobres gallinitas y yo las agarrara del cogote, las metiera en los agujeritos del enrejado del gallinero, y una vez que las tuviera ahí las terminara de ahorcar. La cuestión fue que con ese juego tan `divertido´, inventado por mí, matamos cuatro gallinas y ahí las dejamos, tiradas en el gallinero, y nos fuimos a la pileta a seguir con nuestro entretenimiento de la tarde. Una hora después apareció el casero con las cuatro gallinas muertas en la mano… Las caras de mis viejos eran patéticas. Por supuesto, nadie había sido. Ninguno de nosotros sabía nada, lo negábamos todo. Los hijos de Aurora fueron echados de la quinta, se los llevó papá a la madre que en ese momento estaba grabando un programa, se le apareció en el canal con los dos chicos, a devolvérselos, y nosotros castigados a la cama. La ideóloga de todo ese despelote había sido yo pero el castigo lo ligamos todos”. Aurora Delmar remata esta anécdota, contando su continuación; “Yo estaba trabajando en Canal 11, con Atilio Marinelli y Nora Massi, y justamente estaba contando lo bien que se llevaban mis hijos con los de Lolita y lo bien que se portaban, todo rosa, todo lindo. Empezamos a grabar. De repente veo, con el rabillo del ojo, mientras grababa, a mis dos hijos, detrás de cámara, con los sombreros de cowboy puestos y las cartucheras. Me los habían traído de vuelta desde Pilar por lo mal que se habían portado, no sólo los míos, sino todos. Lole los trajo hasta su joyería y una sobrina de él me los trajo al canal. Yo nunca había puesto a mis hijos en penitencia, así que para ellos fue un castigo terrible que los trajeran de allá. Sin embargo nadie delató a nadie. Hicieron la travesura peor que podían haber hecho: matar a las gallinas. Les preguntaba qué habían hecho y ellos sólo respondían `nada, mamá, nada´. Y los de Lolita lo mismo, no delataron jamás al culpable. ¿Quién había hecho semejante travesura? De grandes, ya todos casados, supimos que fue Angélica. Era peor que los chicos. Es que se había criado entre varones y de alguna manera se tenía que proteger, por eso Angélica fue tan terrible. Después en el canal me hacían bromas, me decían `menos mal que se llevaban todos bien y que eran divinos´.”

En 1970, Lolita decide realizar giras recorriendo ciudades del interior del país como, por ejemplo, Bahía Blanca, Corrientes, San Rafael, Mendoza, Santa Fe, Comodoro Rivadavia, entre otras más, y explicaba: “El proyecto de la gira es muy complejo, porque en cada ciudad de provincia quiero presentarme exactamente como si fuera un teatro de la Capital. Para eso hay que disponer de algunos elementos técnicos funcionales que no hay en algunos teatros de provincia, pero vamos a llevarlos desde aquí. El interior ha madurado mucho y el público no sólo anhela espectáculos importantes sino que además los merece”. Cada sábado y domingo, efectuaba dos recitales por noche, en los que desgranaba un repertorio compuesto por treinta canciones. El espectáculo incluía monólogos y poesías que estaban a cargo de su gran amiga, Aurora Delmar.
También durante ese año filmó “Joven, viuda y estanciera”, una pieza de Claudio Martínez Payva que, treinta años antes, en 1941, fue suceso en cine de la mano de Mecha Ortiz, Santiago Arrieta y Santiago Gómez Cou. Por otra parte, la obra tuvo una versión teatral, anterior a la cinematográfica, con Eva Franco en el rol central. Ahora, con adaptación de Ariel Cortazzo, este título devolvía a Lolita Torres a la pantalla grande luego de varios años de ausencia. Una vez más, su director fue Julio Saraceni, alguien en quien la actriz se apoyaba y confiaba plenamente, alguien que muchas veces integró el staff de sus grandes éxitos y que supo respetar su ostracismo en los momentos duros. Lolita transitaba con coherencia la línea de sus convicciones, y en ellas concluía en que los éxitos siempre fueron fruto de muchos factores, especialmente los humanos, por lo que consideraba innecesario cambiar el equipo de trabajo. Una teoría a la que recurrió cada vez que pudo. Las principales figuras masculinas de “Joven, viuda y estanciera” fueron Jorge Barreiro, como el mayordomo, e Ignacio Quirós, como el inescrupuloso abogado. Diversas peripecias, tramas fraudulentas y situaciones humorísticas permitieron el lucimiento de un elenco tan notable como el que componían Leonor Rinaldi, Elena Lucena y Guillermo Battaglia, entre tantos otros, además de significar el debut cinematográfico de Luis Landriscina y Berugo Carámbula. La película se estrenó en Formosa y Chaco antes que en Buenos Aires, donde recién se la pudo ver a partir del 24 de septiembre de 1971.
En ocasión de distintos homenajes que con cierta frecuencia se hicieron a Lolita hasta el final de su carrera, una figura era habitualmente convocada para expresarse sobre la artista: el actor Jorge Barreiro, con quien compartieron varios trabajos, incluido el que más tarde sería el último filme de Lolita. Invitado una vez más a referirse sobre su compañera, esto dijo: “Con Lolita hicimos televisión y cine, y congeniamos enseguida. Tuvimos una linda amistad. No puedo decir de ella nada más que cosas lindas. Siempre que tuve oportunidad de viajar, me gustaba traerle algún regalito y sé que a ella le gustaba mucho eso y lo valoraba. Fue una gran compañera de trabajo, una mujer que nunca hacía problemas por nada ni abusaba de su condición de estrella. Y como artista ¿qué puedo decir yo que resulte novedoso? Nada. Fue una grande. Una excelente actriz y una cantante talentosísima. Una de las mejores, sino la mejor, de nuestro país. Pero sobre todo muy buena gente. Las personas como ella no tendrían que faltar nunca de este mundo. Su desaparición ha significado una gran pena.” (Marzo 2007)

Este año, 1970, fue también el de su quinto embarazo. Su vida entraba en una nueva `dulce espera´ y ésta reafirmaba una vez más el viejo sueño de tener muchos hijos.
El 25 de diciembre realiza un recital, con dirección musical de Víctor Buchino, titulado “Hoy con ustedes Lolita Torres, en Navidad”. El 1 de febrero siguiente, otro recital, en este caso con dirección musical de Santos Lipesker, que se llamó “Hoy canta para ustedes, Lolita Torres, en Musicalísimo”. Ambos tuvieron libro de Abel Santa Cruz y fueron emitidos por canal 9. Era común ver a Lolita embarazada, cumpliendo presentaciones en televisión, como fue el caso de estos dos últimos programas. Como siempre decía, “mis hijos han trabajado junto a mí, desde antes de nacer, a bordo de mi panza”. Con relación a este tema agrega, con conocimiento de causa, el modisto Horace Lannes: “Me acuerdo de un recital que hizo en canal 9, ella estaba embarazada de Diego, y fue muy divertido porque estaba de unos siete meses, más o menos, y buscábamos la forma de disimular un poco esa panza, cosa que logramos de varios modos, por ejemplo envuelta en pieles y dentro de un trineo para unas canciones rusas o con un enorme abanico para una canción española. Otro tema musical lo hacía desde atrás de un enorme baúl repleto de elementos de teatro. Fue terrible porque tenía muchos cambios de ropa, quince o más, que es bastante para un programa de televisión, pero ella se cambiaba rápido, con peinados y sombreros incluidos, y entonces en un momento dijo `ay, con todo esto, este niño va a salir diciendo olé´. Y precisamente le salió artista. Después, ese chico siempre estaba haciendo monerías…”
El 9 de marzo, a las 3.40 hs. nació Diego Antonio, en el Sanatorio San Camilo, de la Avda. Ángel Gallardo de Capital Federal. Aurora Delmar, la amiga, la hermana, acompañaba al matrimonio Caccia, la noche en que iba a producirse el nacimiento y relata como fueron los momentos previos al mismo. “Estábamos en la habitación de ellos, mirando televisión. Lolita acostada en su cama, Lole al otro lado y yo sentada en una butaca que tenían al lado de la cama. Éramos `el trío más mentado´. En aquel momento Lole estaba viendo la pelea de Cassius Clay. Yo veía que Lolita hacía gestos como de estar aguantando, entonces le pregunté `¿vos estás con dolores de parto?´. Con señas me dijo que no. Seguía la pelea y Lole gritando `dale, dale´. Pero yo la observaba que respiraba profundo. Terminó la pelea y justo en el momento que terminó, ni un minuto más, ella dice “llévenme porque ya nace”. ¡Qué mujer! Era increíble. Ella no quiso que su marido perdiera de ver la pelea de esa noche. Era una mujer impresionante. Me acuerdo que era de madrugada y salimos a las corridas. Tenían una camioneta, de esas que son altas… Le costó mucho subir con esa panza. Íbamos volando los tres al San Camilo. Luego de llamar al médico, la internación, y todas esas cosas, la llevaron a la sala de partos mientras Lole y yo esperábamos afuera. Yo no paraba de rezar en voz alta el Padrenuestro, uno tras otro, y Lole, como loco, no sabía que hacer conmigo, no me aguantaba más. `Pero será posible –me decía- ¿para qué te traje? En vez de darme ánimo me ponés más nervioso´. Fue un parto natural. Pero le costó más que los anteriores. Así nació Diego Torres”.
Nuevamente se repetiría el espectacular movimiento periodístico de cuando nació su hija Mariana. Distintos canales de televisión habían instalado sus cámaras dentro de la habitación de la reciente mamá y compatibilizaban su trabajo de manera de incomodar lo menos posible a Lolita y su pequeño hijo. Especialmente los canales 9 y 11 fueron los que transmitieron aquellas primeras horas del acontecimiento. Por otro lado, medios gráficos, radiales o televisivos, fueron atendidos por la artista, a lo largo de toda la tarde, constituyéndose este suceso, una vez más, en un hecho por demás inusual.
Aurora Delmar agrega también: “A veces, cuando viajaban, yo me quedaba con los chicos, también Esther, la señora que estaba siempre en la casa, y Rosita, que fue niñera de los chicos, aunque Lolita era muy celosa de sus hijos y entonces se ocupaba de cambiar pañales y todas esas cosas. Cuando los padres se iban yo no los podía dominar, entonces me echaba a llorar, desesperada, y los chicos se morían de risa. La verdad es que me hacían las mil y una”.

La botica del ángel” fue un espacio de arte creado por Eduardo Bergara Leumann. En la actualidad, se encuentra ubicado en Luis Sáenz Peña 541, pero antes de que fuera arrasado por el paso de la autopista, en época de la dictadura militar, se ubicaba en Lima 670, y fue el lugar elegido por Lolita para hacer su reaparición artística y reencontrarse con su público, después de su última maternidad. En la misma ocasión, se inauguraba en el establecimiento el `Tablado Lola Membrives´, en homenaje a la gran actriz, acto que produjo el momento más emotivo de aquella noche. Tras evocarla, dio comienzo la actuación de Lolita que entonó algunos de sus conocidos éxitos. Sobre ese mismo tablado, se completó el espectáculo con un desfile de mantones pertenecientes a Lola Membrives, Margarita Xirgu, Miguel de Molina y a la misma Lolita. El reencuentro se había producido en un entorno de emoción, calidez y reconocimiento. Lolita estaba feliz. Poco después, en el Plaza Hotel, hizo una presentación a beneficio de la Cruz Roja Israelí, con un recital de dieciocho canciones, muchas de ellas de su repertorio tradicional y otras totalmente nuevas. Al finalizar el concierto anunció que donaba íntegramente su cachet, como un aporte personal a la Institución.
En televisión se la pudo ver en “Españolísimo”, por Canal 9, un programa conducido por Silvio Soldán y Leonardo Simons y, durante los últimos cinco meses del año, en “Sábados de la Bondad”, por el mismo canal y con conducción de Héctor Coire.

Durante enero de 1972, realizó mini recitales en “Sábados Continuados”, programa a cargo de Leonardo Simons.
Tras muchos años de no querer volver a Mar del Plata, decide superar los malos recuerdos y poner punto final a los miedos, razón por la que aceptó un contrato que la llevó a trabajar a la ciudad de la costa argentina, donde se la reclamaba desde hacía años. El 17 de febrero, concretó un recital en el Salón Versalles, del Hotel Hermitage, quedando así superada una etapa: la de la ciudad ligada al dolor y a la tragedia. La publicidad previa a su actuación había generado ansiedad y expectativa, no sólo en la propia intérprete, sino también en el público y en los medios periodísticos. Su recital se constituyó en un nuevo éxito. Poco después, en Canal 9, y para el ciclo Alta Comedia, reflotó el título de una comedia que ya había protagonizado doce años atrás, “La hermana San Sulpicio”, en esta oportunidad en carácter de unitario. Su compañero de rubro fue José María Langlais, y el director, Wilfredo Ferrán.

El 13 de abril emprendió un viaje a Armenia, especialmente invitada por la Fundación Murekián de Buenos Aires, donde fue recibida por el Patriarca Baskea III. Actuó en Erevan, ciudad capital, en el Teatro de la Filarmónica, ofreciendo cinco recitales. Una noche, asistió al Teatro Opera, a ver “El Quijote”, y el director del lugar se presentó ante ella y le dijo simplemente: “Lolita, quiero que haga un recital aquí”. Así fue. El último recital de aquel viaje lo llevó a cabo en ese teatro. Volvió maravillada de sus vivencias en un sitio tan lejano, donde fue ovacionada de pie y en el que recibió innumerables regalos. Una noche, al terminar la función, una señora del público se acercó a saludarla, se quitó un anillo y se lo entregó. Lolita recurrió al traductor para transmitir a la mujer que, aunque estaba infinitamente agradecida, no podía aceptar ese anillo. También por medio del intérprete, la admiradora le hizo saber que ese anillo tenía para ella un gran valor espiritual y que se lo regalaba porque esa noche, con el espectáculo que le había ofrecido, la cantante había colmado su espíritu. Así de intensos eran cada uno de los días vividos en aquel país, en los que la artista y sus acompañantes saltaban de emoción en emoción, como cuando al promediar su recital, Lolita cantaba una chacarera y los armenios, que escuchaban atentamente y en silencio, comenzaban a batir palmas llevando el compás. O cuando en un intermedio su pianista hizo dos tangos, `El choclo´ y `La cumparsita´ y el público, que lo escuchaba absolutamente compenetrado y respetuoso, estalló en un aplauso sostenido. O el final cuando Lolita, que había aprendido una canción de cuna en armenio, terminaba sus conciertos cantando el `Arrorró´ en castellano y finalizándolo en el idioma de ellos, ganando de esa manera una ovación que parecía no querer terminar y que hizo que tanto la artista, como los argentinos que la acompañaban, no pudieran contener el llanto. Los directores de La Filarmónica y de la Ópera le obsequiaron con sendos trajes típicos de dos regiones diferentes de Armenia, y a ambos los vistió en sus últimos dos recitales. A su regreso Lolita expresaba para el diario Crónica: “Armenia es un país que se está recuperando mediante una enorme fe en el futuro. Su gente es maravillosa, con un gran sentido de la hospitalidad. En realidad, regreso encantada de este viaje que acrecienta mi mundo de experiencias. Visité también la Universidad local porque los alumnos querían conocerme. Existe gran interés en ellos por nuestra música. Pero en realidad, les interesa la música en general. No hay chica o chico que no toque piano o violín”.

Un incidente casi impide la realización del viaje a Armenia: su esposo fue detenido por la policía, unos días antes, en relación a una causa por estafa que habían perpetrado varias personas vinculadas al negocio de las aves. Lole Caccia se dedicaba a esta actividad, administraba un criadero de aves, lo cual lo conectó a aquellas personas y dio origen a su detención. Finalmente, al comprobarse su inocencia, Caccia quedó desvinculado del hecho y todo siguió su curso normal. Antes de viajar, ya más tranquila, Lolita explicaba: “Hasta que se aclaró todo, no fue vida en nuestro hogar. El hecho lo afectaba mucho a Julio, pero también a mí. Gracias a Dios todo se aclaró y finalmente –y felizmente- podemos viajar. Puedo asegurar que los dos nos vamos a regalar este viaje como una de nuestras mejores vacaciones.”

En 1972 también graba para la RCA Víctor, un disco doble con cuatro canciones, cuyo director musical era Víctor Buchino. El disco que contaba con una Selección de Carlos Gardel que incluía El día que me quieras, Soledad y Volver, y Del Viejo Madrid, un chotis de Polo Jiménez y Margarita Durán, incluía además dos estrenos: Danzan mis dos corazones, letra de Abel Santa Cruz, y Mi perro me lo contó, un aire de zamba, con letra de Vicky Buchino (hija de Víctor), ambas musicalizadas por el mismo Buchino. Estos temas se habían originado en un proyecto muy ansiado por Lolita de hacer una comedia musical para teatro y fue lo único que llegó a plasmarse de aquel proyecto “La idea estaba bastante avanzada, hasta teníamos el teatro, sin embargo jamás se concretó –relata el músico Víctor Buchino- porque José Slavin, que era el empresario teatral interesado en ponerla en escena, falleció. Yo tenía la comedia lista, terminada, pero el proyecto se cayó por la base, lamentablemente. Conocí a Lolita en la década del sesenta e hicimos muchas cosas juntos en televisión. Yo hice la música de las comedias que hizo en canal 13, una de ellas con Rodolfo Bebán, `Sangre y Arena´. Conocí a su esposo, a todos sus hijos y hemos compartido momentos magníficos porque son muchas las cosas que suceden en la vida de dos personas que comparten el trabajo y además son amigos. Lolita representó muchísimo para mi, sea como persona o como compañera de trabajo, no puedo decir que alguna vez hubiéramos tenido algún roce, nunca ninguno. Pretendo decir, cuando hablo de Lolita, que ella es el artista más íntegro que conocí en mi vida, y eso que conocí a muchos”. (Enero 2007)
Una canción se incorporaba ese año al repertorio de Lolita Torres y, a partir de entonces, muy pocas veces podría dejar de hacerla porque así como ella supo inmediatamente que no sería un tema más, también su público aprendía a reconocerla en su voz como un fiel relato de lo que fue su vida. Era `A mi manera´ en la versión castellana de Vicky Buchino, que Lolita estrenaba en un programa de televisión conducido por Andrés Percivale. “En realidad –cuenta Vicky- esa letra surge de una emergencia. Tuve que hacer ese tema en un show y, de pronto, me olvidé la letra, no podía recordarla, entonces empecé a recrear la historia con mis propias palabras. La seguí cantando así y la versión prosperó. La hice en un par de shows y Lolita la escuchó. Le gustó, me la pidió, y la empezó a cantar. Es como un himno que cae al dedillo a todos los artistas porque es la vida de todos. Esa letra fue uno de esos momentos mágicos de la creatividad, que después entran en comunión con artistas de diversas vertientes, de otras fuentes, que fue lo que pasó con Lolita. Se enamoró de la canción y ya no la pudo dejar. También hice la letra de `Mi perro me lo contó´y fue muy curioso porque entonces mi papá me pidió que le haga una letra para una zamba que había compuesto. Un día me invita a una grabación del programa que estaban haciendo y ahí me encuentro con que la persona que iba a estrenar mi canción era Lolita. Casi me muero. No podía creer lo que estaba escuchando, porque yo amaba a Lolita y la admiraba, como el resto del planeta. Así que, cuando la escuché cantar mi zamba, me morí de emoción. Tengo recuerdos fantásticos de los Caccia porque han sido una familia muy cálida, muy linda, muy `Campanelli´, todos juntos a todos lados, me acuerdo mucho de Diego chiquito, muy rubio, tocando la batería a cada rato, con un talento genético que explotó como explotó hace algunos años. Lo veíamos y decíamos `este va a ser del palo´. Compartíamos noches inolvidables en la casa de la Avda. Santa Fe, con Juan Carlos Altavista, su mujer y otros artistas. Lolita y Lole albergaban en su casa a mucha gente y hacían unas reuniones preciosas. Lolita a veces se cabreaba porque los chicos andaban por ahí, por el medio, no se querían ir a dormir, querían hacer música también y divertirse. Era una familia muy particular, muy `de artista´ toda, con un hombre como Lole que ha sido siempre un sol, siempre de buen humor, y que pudo negociar toda la fama y la popularidad que tenía su mujer con esa familia numerosa y con su propia vida. Fue de los pocos casos que conocí en que lo artístico congenia con lo familiar. Los Caccia lo lograron.
Guardo el recuerdo más lindo que se puede guardar de un ídolo como ha sido y es Lolita Torres, con esa calidez, esa confianza que nos ha dado siempre, su cariño y su respeto por toda la familia Buchino, permitiéndonos compartir grandes momentos, inolvidables, tanto en su casa como en el campo también, donde andábamos a caballo y comíamos asados. Creo que todo eso que viví, sumado a otras cosas, son las razones que a mí me decidieron a ser artista. Los Caccia han sido una familia muy estimulante. Lolita fue muy estimulante. Como ella, Libertad Lamarque, Antonio Prieto, Daniel Riolobos, Edmundo Rivero, gente muy heavy, muy pesada dentro del medio, son los que me signaron a mí, signaron mi vida como artista, tuvieron una gravitación muy especial a la hora de ser artista o artista. Yo tuve la oportunidad de estar con seres muy importantes que se han ido y me han dejado huecos. Como Sandrini, al que le decía tío Luis. O Tita Merello que fue mi madrina de bautismo. Con todos ellos cerca, yo no tenía opción ¿Qué otra cosa podía ser? Sólo artista. Y sin dudarlo ni un instante, puedo decir que Lolita Torres fue una de las presencias más fuertes en mi vida, una persona a la que quise mucho y a la que jamás olvidaré”. (Diciembre 2006)

En noviembre de 1972, Lolita recibe una distinción que la llenaría de orgullo. Era la Medalla de Honor de la Emigración, en su categoría de oro, otorgada por el Ministerio de Trabajo de España, por la labor realizada por una artista no española, fuera de ese país, a favor de la hispanidad. El diario Clarín, del día 5 de ese mes, expresaba: “(…) Por esa bella empresa de fraternización encarada sin otro capital que su voz y con la sola estrategia de un cariño admirativo. Sembrando con éste y cosechando con aquella. Tendiendo, con su arte sencillo, caluroso y nostálgico, un puente milagroso a mitad del cual, y al cabo de cada canción, pudieron intercambiar sus afectos tres generaciones de aquí y de allá. Burlando distancias con un decir hecho para ignorarlas, para tapiar ese capricho geográfico que dejó tan lejos a quienes debían estar tan cerca”. Unos días después, el 24 de noviembre, Lolita hizo un recital en el Luna Park, a beneficio del Hospital Español, y ese fue el marco elegido para que el Director General del Instituto Español de Emigración hiciera entrega de la distinción. Sobre aquel escenario fue condecorada con la Medalla de Honor que era la quinta que se otorgaba en todo el mundo. La presentación del evento estuvo a cargo de Silvio Soldán.
Un contrato la vinculaba a Canal 9 para hacer comedias en calidad de artista exclusiva, sin embargo, ese compromiso contraído por ambas partes jamás se llegó a concretar a pesar de que Lolita presentó más de treinta títulos probables. “Inicié juicio a Romay en esa ocasión, porque el contrato en exclusividad me impidió presentarme en otros canales, porque a mí se me pagaba hasta el último peso como si hubiera trabajado. Sin embargo, el hecho afectó a mi imagen porque permanecí en las sombras durante la duración del mismo. Sentí el desgaste de la situación. Me hice ilusiones con obras que, finalmente, no pude realizar”, contaba Lolita, con mucha rabia, varios años después.
Los mejores momentos, para toda la familia, se continuaban viviendo en el seno familiar, en la casa de la Avda. Santa Fe o en la quinta ‘Molino Blanco’. Los hijos de Lolita, sobre todo los tres mayores, tienen infinidad de recuerdos de los momentos vividos en ese lugar y es notable cómo se les ilumina la cara cuando comienzan a recordar. Angélica revive aquellos momentos con una expresividad que no hace nada difícil imaginar la situación: “Papá tenía un amigo, al que le decíamos tío porque lo habíamos incorporado a la familia, y al que le hacíamos de todo. El pobre se acostaba a dormir la siesta y como abría la boca para roncar le metíamos una banana en la boca, hasta que un día, repitiendo la gracia, casi lo ahogamos. Eran travesuras de chicos malos porque yo era la inventora pero todos me acompañaban. Un día estaba andando a caballo con mi hermano y con el loco Dini, un amigo de él. Ellos andaban cazando y yo hacía lo mismo que ellos. Sin querer, pasé por un lugar que estaba plantado de naranjos, llenos de panales de abejas que yo no había visto; entonces, sin darme cuenta, rocé con la cabeza una de las ramas, toqué el panal de abejas y el panal se cayó al suelo. Las abejas me empezaron a seguir, me picaban en la cabeza, y yo asustada, empecé a gritar, mientras los chicos me decían `callate, callate, que se van a enojar´ y yo más fuerte gritaba. Fue divertido porque no solamente le espanté los pájaros a mi hermano y al amigo, sino que además le hice caer el tarro de pintura al casero, que en esos momentos estaba pintando en la casa, porque el hombre se asustó de los gritos que yo pegaba. Era tremenda. La volvía loca a mi mamá, pobre. El hijo de Aurora, el mayor, era uno de mis amores. Yo tenía seis años y él ocho, y me traía siempre regalitos, pero a mí me daba un poco de vergüenza porque éramos tan chiquitos… Entonces, lo echaba, le decía `andate, tarado´. Un día lo vi al lado de la pileta y pensé que esa era mi oportunidad: me le acerqué y lo empujé. Pero Alejandro, así se llama, no sabía nadar. Enseguida se tiró mi hermano, Santiago, y lo sacó. Si no era por él se hubiera ahogado. Sí, lo reconozco, yo era más mala que la peste”. A pesar de las travesuras de sus niños, ese era el sitio donde Lolita era feliz, donde era verdaderamente ella, en la intimidad de su hogar, junto a su marido y sus hijos. “El que más me retaba era papá, pero siempre apañado por la vieja. Lo que pasa es que papá era el único que me paraba. Una vez, una tardecita, desaparecí. Me encontraron a la noche, ya tarde, mamá estaba desesperada, en llanto vivo, y yo me había ido a comer con los caseros. Mamá se tuvo que armar de mucha paciencia con nosotros. Le hicimos de todo…”

El 22 de enero de1973, Lolita hizo un recital en el Teatro Auditórium, de Mar del Plata. En el piano la acompañaba Fernando Martín y en la guitarra Julio de Córdoba. Las entradas se agotaron a las pocas horas de ponerse en venta. La revista Antena expresaba: “El cristal de su voz, con la resonancia exacta, fue suficiente para mantener entusiasmado al público durante la hora y media que duró el recital”.
El 19 de abril se produjo el estreno de “Allá en el Norte”, su última película, filmada en su mayor parte en la provincia de Jujuy, aunque algunos interiores se realizaron en Buenos Aires. En ella, sus compañeros de elenco más destacados fueron Carlos Estrada, Jorge Barreiro e Idelma Carlo, además de la peculiar participación de Martha de los Ríos. En su historia, Lolita personificó a una maestra italiana que, al radicarse en Argentina y luego de convalidar su título, es destinada a una escuela de Tilcara, en Jujuy, donde deberá aprender a convivir con la dureza social que conforma el entorno de los habitantes del lugar.
El film recogió duras críticas, aunque las mismas reconocían que en él podía percibirse cierta apertura respecto a lo que generalmente se aguardaba de este género cinematográfico, además de rescatar su cuota de homenaje a las sacrificadas maestras del norte argentino. Sin embargo, el libro no ahondó lo suficiente en el tema y solo se vislumbró la intención. Tampoco el público respondió a la convocatoria. Lamentablemente, habiéndose constituido en su última labor cinematográfica, se puede coincidir en que no fue la mejor elección por parte de Lolita, no fue un personaje a su medida y la experiencia la situó en un lugar muy lejano al que supo alcanzar en ocasiones anteriores. En una oportunidad, pasados muchos años desde este hecho, le preguntaron si alguna vez había vivido un fracaso. “Más que nada, decepciones. Y no sufrí demasiado porque en realidad lo que sucedió en esos casos es que no logré lo que esperaba. Un ejemplo de ello fue “Allá en el norte”, no tendría que haberla hecho”, fue su respuesta.
Alberto Peyrano, comentarista de espectáculos teatrales y de cine, poeta, cantante, y además psicoanalista, realiza una aguda apreciación sobre el paso de Lolita por la pantalla grande: “En el transcurso de su carrera cinematográfica, en sus principios, puedo verla como una niña muy graciosa y requintada, prometiendo lo que sería después, soltándose plenamente con el paso de los años hasta llegar a ser una muy buena actriz. El género "comedia" no es fácil, y si bien sus primeros filmes no eran, cinematográficamente hablando, perfectos y apelaban en cambio a una comicidad pasatista y a la risa fácil generada por algunos de los actores o actrices que la acompañaban, o por la propia historia, creo que esas mismas películas hubieran sido olvidadas al poco tiempo si hubieran sido protagonizadas por otra actriz. Lolita imprimió un sello de calidad a todo lo que hizo, el hecho de unir su carisma y su trabajo actoral a su bien ganado puesto como cantante de música española, hicieron de estas películas productos inolvidables que hasta el día de hoy se miran con el mismo deleite, pues todo el mundo se sigue rindiendo a ese encanto natural que mostró en la pantalla. Analizando su filmografía, desde "La danza de la fortuna" hasta "La niña de fuego" tenemos a esa primera Lolita que fue mostrando paulatinamente un germen de lo que llegaría a ser después. A partir de "La mejor del colegio" hasta "Novia para dos" su labor da un giro de ciento ochenta grados, porque en cada escena, en cada secuencia, ella es dueña de la situación y lleva la película sola. Todo lo demás es secundario, pasa a segundo plano, fuera quien fuese el galán que la acompañaba o los actores de reparto que también hacían lo suyo. Aquí sí se aprecia a una verdadera actriz de comedias desarrollándose plenamente. Creo que hay un intermedio, antes de pasar a la última etapa de su filmografía, producido por "La hermosa mentira" que, tal vez porque fuera una obra de teatro filmada, es donde se aprecian matices que Lolita no había expresado antes. Tampoco se trata de un mayor compromiso con el personaje sino de otros planos de su sensibilidad que fueron mostrados maravillosamente. Luego, entrando ya en la última etapa, no fue tan exitosa como la primera porque, tal vez, ni el público ni la crítica le perdonaron que dejara de ser "aquella españolita", "aquella Lolita", "aquella del cielo andaluz y de la chulona", ni supieron entender de corazón que Lolita Torres ya no era el personaje de "aquellas comedias", sino una mujer que había continuado viviendo la vida que le tocó vivir, había experimentado su familia, sus hijos, sus pérdidas, sus éxitos. Por eso la última etapa de Lolita en el cine es tan diferente de la anterior, pues había comenzado a proyectarse con mayor compromiso con su labor actoral. Es de hacer notar que ningún actor tiene la posibilidad de desarrollarse si el director no lo deja, y detrás de la imagen de Lolita se nota la mano de Julio Saraceni llevando la batuta en la mayoría de sus trabajos. Nadie como él pudo ir viendo los adelantos de Lolita como actriz de cine. Se puede suponer que se entendieron perfectamente. Saraceni, además, debe haber tenido con ella la experiencia de ver crecer a una hija a la vez que observaba un producto artístico propio que lo aquilataba como director”. (Abril 2006)

A comienzos de aquel año 1973, Lolita inició una serie de actuaciones que la llevaron en gira por el norte del país, visitando provincias como Tucumán, Salta, Jujuy, Chaco, Santiago del Estero, prolongándose durante varios meses.
En televisión realizó un recital dedicado al día de la madre, en el que fue presentada por Blackie, y al igual que cada año, continuaba recibiendo premios o distinciones que exaltaban sus condiciones artísticas o personales.

Para la revista Antena, Lolita expresaba el por qué no se involucraba en política: “Yo he tomado una conducta en mi carrera y sigo fiel a ella. Soy apolítica. Y ¡ojo!, no porque no me interese o no la entienda. Cuando llegue el momento de votar, yo sabré por quien hacerlo. Creo que la política es para los políticos, porque cuando voy a ver una actuación, no le pregunto al intérprete qué opina, sino que voy a gustar de su arte. Por ejemplo, yo soy católica y he actuado en muchísimos festivales de la colectividad judía. Además creo que ya es hora de que en televisión se den mensajes positivos, hoy en día los únicos que hablan de paz son los sacerdotes que cierran la programación de los canales”. Por otra parte repasaba su trayectoria y daba las razones del por qué sus presentaciones se producían de un modo espaciado: “Todo lo alcancé en mi carrera. En el espectáculo, en el teatro, en el cine, en la televisión y en el disco, escalé a un nivel difícil de superar. Hoy mi carrera ya no es la lucha de mis primeros tiempos. Conozco todos los halagos que puede proporcionar esta dura tarea que es ser artista, pero artista a conciencia, artista que se debe al público, a su arte, a las exigencias de una profesión que muchas veces sacrifica al ser que sustenta esa imagen de estrella. Hace tiempo que he dejado de prodigarme como antes. Tengo una familia: esposo y cinco hijos. Los mayores, que han entrado en una etapa de su vida en que deben estar en permanente diálogo para no sentirse acorralados por la incomunicación, necesitan de mí porque soy su mejor amiga; los más pequeños, por su inocencia, requieren, imponen la presencia de su madre en cada paso de esta primera etapa de su vida. Por estas razones, desde hace algunos años mis actuaciones son más espaciadas”. Y así fue durante la primera etapa de los años setenta. En las distintas fases del crecimiento de sus hijos, Lolita tenía la imperiosa necesidad de acompañarlos, anteponiendo esa tarea a cualquier otra, porque eso era para ella la propia esencia de la vida. La vena artística se aquietaba entonces por incuestionable mandato de su dueña hasta que, otras veces, como cuerdas de una guitarra, pulsaba su sangre enviándole señales que no podía dejar de percibir. Era el momento en que la artista salía escena, a veces en televisión, otras en teatro y así, dosificando su actividad profesional, sin desatender su vida hogareña, hallaba el delicado equilibrio con el que sentirse feliz. Sin embargo, en algunos casos las ausencias pecarían de demasiado prolongadas y, tarde o temprano, se convertirían en una carta jugada en su perjuicio. En temporadas, su nombre parecía desaparecer no sólo de la actividad artística en sí misma, sino también de todos los matices que la rodean: estrenos, agasajos, homenajes.
En el mes de noviembre, cerrado el capítulo de las giras por el interior, ofrece un recital en el Teatro Astral, de Capital Federal, cuyo recinto se vio abarrotado de gente a pesar de la escasa publicidad que se había montado. Lalo Benítez la acompañaba al piano. Julio de Córdoba en la guitarra española y Roberto Grela y Domingo Laine en las guitarras argentinas, y el repertorio presentado fue un paseo por diferentes regiones de España y de Argentina, de la mano de sus canciones más aplaudidas. La revista Radiolandia decía: “Más allá de que no se montara un gran andamiaje publicitario, en la sala del Astral no cabía una alfiler, y se quedó mucha gente sin poder entrar. Éxito colosal, la ratificación absoluta de que tiene `ángel´, de que irradia magnetismo”.

Su hijo Santiago Ezequiel continúa evocando la vida familiar y, mientras lo hace, su mirada se pierde como observando sucesivas y lejanas diapositivas de una infinidad de momentos imborrables en su memoria: “A mamá le gustaba mucho el teatro. Iba al cine también, pero respetaba mucho las tablas. Ella decía que la escuela de los actores y actrices era el teatro. Que una vez que se hacía teatro, todo lo demás salía de taquito. `Se puede hacer televisión, radio, cine cualquier otra cosa, pero el actor se hace en el teatro´ solía decir. Sus grandes amigos del arte eran gente de esa disciplina: Santiago Gómez Cou, Miguel Ligero, Marcos Zúcker, Ernesto Bianco. A Bianco lo quería y lo respetaba muchísimo. Entonces íbamos siempre al estreno teatral de alguien: Tita Merello, Luis Sandrini, Nati Mistral, Libertad Lamarque, Mirtha Legrand. Y todos queríamos ir. Como nosotros vivíamos el arte como algo cotidiano, tan natural como beber o comer, por más que la obra no fuera especialmente infantil, siempre queríamos ir, y hasta me acuerdo de haber asistido a una obra de Narciso Ibáñez Menta. También nos llevaban al cine Los Ángeles donde veíamos las de Walt Disney. Generalmente, íbamos en masa. Una vez en la calle, junto a mamá, había que armarse de paciencia, siempre se tardaba más en llegar porque el público la paraba para saludarla. Mamá despertaba mucha admiración y mucho respeto, entonces, la saludaban afectuosamente y ella siempre tenía una sonrisa y una forma de ser muy particular, muy llana con la gente. Nunca había roces ni incidentes. Su público era familiar. Pero aún así, en la calle había movida. Salir con mamá implicaba que las cuadras serían más largas. Muchas veces me llevaba al colegio, en Santa Fe y Riobamba, y lo que debían ser diez minutos se transformaba en media hora. Un poco después, otra de las salidas que solíamos compartir era ir al Teatro Colon a ver danzas o a ver ópera, porque mi hermana, a los once años, comenzó a estudiar baile con Olga Ferri, entonces también estuvimos muy ligados a ese mundo. En una oportunidad fuimos a ver a Maya Plisetskaya, una de las mejores bailarinas de la historia, una figura impresionante en el escenario, impactante. Al día siguiente de esa presentación, Maya vino a comer a casa. De repente la vi al lado mío, con apenas un metro y medio de estatura, flaquita, con un peinadito muy simple, y me dije `no puede ser, qué decepción´ . Yo, apenas un chico, y esa figura ahí, en mi casa, tan sencilla, y en el teatro tan increíble. Y así me pasé toda la comida, con una decepción tremenda porque además, me tocó sentarme al lado de ella, entonces yo la miraba y no podía convencerme de que fuera tan chiquitita. Algo típico de las actuaciones de Maya era `La muerte del cisne´, cuando el cisne aletea porque se va a morir, los movimientos de su espalda, sus brazos, como de hadas, era fantástico. Entonces, aquella noche, los invitados le pidieron a mamá que cante. Y mamá dijo, `bueno, yo canto, pero vos después me hacés lo del cisne´. Entonces, de repente ella se levanta y ahí, al ladito mío, pegadito a mí, se pone de espalda y empieza a aletear. Y yo pensaba`es un pájaro’. Esa es una sensación que no olvido: los aleteos y los brazos de Maya, moviéndose, adquiriendo toda su envergadura otra vez. En casa se vivían muchas experiencias de ese tipo. Hubo un tiempo en que éramos fanáticos de un programa de terror que se llamaba `El hombre que volvió de la muerte´, protagonizado por Narciso Ibáñez Menta, quien hacía en la obra una risa muy particular, que metía miedo y quedaba resonando por ahí. Un día vino a casa a cenar. También era un hombre que no medía más de un metro y medio, o poco más, por lo que se hacia unos zapatos con plataforma, sacos con hombreras, o sea, se armaba todo un vestuario especial para parecer quince centímetros más alto y diez más ancho. Verlo en casa también me impactó. Antes de que se fuera le dijimos `ay, don Narciso, ríase un poquito´. Nos dio el gusto y nos hizo una de esas risas. Tembló la casa. Fue suficiente para que, ni mis hermanos ni yo, pudiéramos dormir durante toda una semana, porque llegábamos al living y parecía que ese eco se había quedado para siempre en la casa. Otra vez, al llegar del colegio vi que había un revuelo bárbaro en casa. Mamá nerviosa, ayudando a la gordita Esther en la limpieza. Luego Esther haciendo empanadas tucumanas caseras. Entonces pregunté qué significaba todo ese revuelo. “Esta noche tengo una cena y por favor no hagan ningún lío, pórtense bien, porque viene a comer un amigo, vamos a tocar la guitarra y a cantar”. Y quien viene, pregunté. `Viene don Atahualpa Yupanqui´. Entonces comenzaron a sucederse las preguntas de mi parte: que quién es, que qué hace, y las respuestas de parte de mamá: que cómo quién es, cómo que nunca lo escuchaste, que se trata de uno de los poetas más grandes de este país, que vive en Francia, que está de paso por acá, y que esto, lo otro y aquello también. La cuestión fue que aquel nombre, don Atahualpa Yupanqui, me había sonado como a prócer. Entonces fui a ver a mis hermanos, que eran más chicos y tenían menos idea que yo y les dije ¿vieron quién viene hoy? don Atahualpa Yupanqui. Y quién es, preguntaron. Entonces, haciéndome el sabihondo, comencé a repetir todo lo que me habían dicho a mí ‘Pero, cómo, ¿vos no sabes quién es don Atahualpa Yupanqui?’. Todo el día estuve con el Atahualpa Yupanqui para acá y el Atahualpa Yupanqui para allá, hasta que de repente me olvidé del asunto. Llegó la noche, sonó el portero eléctrico, yo justo estaba cerca y atendí: era don Atahualpa Yupanqui. Le abrí la puerta del edificio y le avisé a mamá que el invitado había llegado. Otra vez las recomendaciones para que nos portáramos bien y todas esas cosas. A mi también me tocó abrir la puerta de casa y, no sé por qué, pero yo esperaba que entrara alguien de un metro noventa de estatura, rubio, de ojos claros. En cambio abrí y me encontré con ese hombre morocho, austero, con un saquito negro, grandote pero medio encorvado, con todos los dedos torcidos. Se presentó y me presenté, me dio la mano y me impresionó su mano torcida. Mamá me había contado que era un genio tocando la guitarra, entonces, viendo su mano, pensé que me habían vendido un cuento. Lo invité a pasar al living y me acarició la cabeza. Entramos solos los dos, y como alguno de nosotros había estado tocando la guitarra y dejamos el instrumento ahí, sin funda, el hombre la vio, dejó su guitarra a un lado, y me preguntó si yo estaba estudiando. Pero yo no podía dejar de mirar sus manos deformadas. De pronto se sentó en el sillón y se acomodó para tocar. Entonces me dije `vamos a ver de qué se trata´ y me senté sobre la alfombra para oír y ver tocar a don Atahualpa Yupanqui. En el mismo instante que empezó me quedé sin habla. El tipo agarró esa guitarra y la hizo hablar, tocaba y tocaba, y a media voz, sin cantar, recitando apenas, comenzó a decir cosas tan lindas que, aunque yo era un chico de The Beatles, me quedé clavadito ahí y no pude moverme más. También recuerdo la guitarra de Eduardo Falú. Y la de Cacho Tirao, que me decía ‘¿Querés que te haga tambores?’, y doblaba las cuerdas, les ponía el dedo, y hacía tambores. ‘¿Querés que te haga la batería?’. Y lo mismo. Luego, de más grande, ya sabiendo quién era y con gran respeto, lo escuché a Antonio Agri. `El día que me quieras´ con el violín de Agri, y mamá cantando, solos, es la ópera prima para mí. Nunca escuché una versión tan grossa”.

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